Una tesis doctoral es la máxima expresión de la excelencia universitaria, la culminación de todos los años de aprendizaje y la carta de presentación del universitario ante sus más altos retos profesionales.

La nueva directora del Museo Guggenheim de Bilbao, Miren Arzalluz, en una imagen tomada en 2018 en el Museo de la Moda de París.

La nueva directora del Museo Guggenheim de Bilbao, Miren Arzalluz, en una imagen tomada en 2018 en el Museo de la Moda de París. Christophe Petit Tesson Efe

Miren Arzalluz, la recién nombrada próxima directora del Museo Guggenheim de Bilbao, sabía que le faltaba ese broche en su currículum y decidió ponerle remedio hace sólo dos años.

Parece como si supiera ya entonces lo que le aguardaba en su más inmediato futuro.

En las tesis de última generación hay dos opciones. O bien se recopilan artículos publicados en revistas académicas, dando cuenta de la fecha y lugar de publicación. 

O bien se opta por la forma clásica, es decir, una monografía elaborada exprofeso para la ocasión.

De este segundo tipo fue la que defendió Miren Arzalluz el 21 de enero de 2022 en la Universidad de Deusto. Su título: Moda, ocio y sociabilidad en la Côte Basque (1854-1939).

Tanto su directora de tesis como el tribunal que la evaluó dieron por descontado (¿quién no lo hubiera hecho en su lugar?) que los principios más básicos de la ética académica, que la tesis sea original e inédita, estaban garantizados por quien entonces era directora del Museo de la Moda de París.

La hija de Xabier Arzalluz (el presidente durante más años del PNV, que falleció en 2019) podría también haber presentado su tesis en euskera, dicho sea de paso. De hecho, una de las catedráticas de su tribunal era, y es, miembro de Euskaltzaindia, la Real Academia de la Lengua Vasca.

Pero no lo hizo, y eso, en alguien con tanta prosapia nacionalista, demuestra que entre las nuevas generaciones de ese mundo persiste el principio inveterado de no aplicarse para sí lo que desean para todos en el País Vasco.

El caso es que Miren Arzalluz era la autora para entonces de un libro titulado Cristóbal Balenciaga, la forja del Maestro (1895-1936), publicado en 2010 como preludio a la inauguración del Museo Balenciaga en Guetaria, Guipúzcoa.

La Diputación Foral de esa provincia echó para la ocasión la casa por la ventana. La obra apareció con encuadernación de primera, en gran formato, alta calidad de papel, profusión de ilustraciones y edición simultánea de ejemplares en cuatro idiomas: español (la lengua en la que fue escrita), inglés, francés y euskera.

El libro en castellano está presente en treinta y cinco bibliotecas de la red pública de Euskadi y en euskera en veintiséis. Todo ello da idea de la exuberancia de recursos desplegada y, sobre todo, de la difusión alcanzada por la obra, comentada en multitud de medios.

En cuanto a la tesis defendida en 2022, tiene un último capítulo, el más importante en extensión, que abarca unas cien páginas, del total de 346, dedicado a Balenciaga.

Es decir, al mismo tema que el del libro publicado a bombo y platillo en 2010.

En la introducción de la tesis, y como no podía ser de otra manera, la autora informa de la existencia de su libro y anuncia (y aquí está la clave de todo) que en la tesis el contenido de dicho libro ha sido (cito textual) "desarrollado, completado y corregido incidiendo especialmente en los aspectos relacionados con la tesis general del estudio".

Pero nada de eso fue lo que hizo. Dos terceras partes casi completas del libro en cuestión, tal como se publicaron doce años atrás, sin cambiarles una coma, incluso con las mismas citas incluidas, fueron troceadas y volcadas en la tesis, la mayoría en el capítulo de Balenciaga, y algunos párrafos también en la primera parte de la tesis.

Por tanto, aquí no hubo ni "desarrollo" ni "corrección" de lo ya publicado.

Y en cuanto a lo de "completar" lo dicho en el libro, la realidad fue justo la contraria: fue con la mayor parte del libro copiada con la que completó la tesis.

La operación se saldó, en el cuerpo principal de la tesis, el que desarrolla su contenido (descontando índice, introducción, conclusiones, fuentes y bibliografía), con al menos sesenta y cuatro páginas completas, algo más del 21%, de recorta y pega.

Se trata de un ejemplo paradigmático de mala praxis universitaria, que es un eufemismo para no llamarlo "fraude". Y la responsabilidad es de la autora, que hizo algo muy distinto a lo que dijo en la introducción de su tesis que había hecho.

¿Quién iba a sospecharlo de toda una directora de un museo de París?

En cuanto a las dimensiones del plagio, que se plagiara a sí misma y no a un tercero, o que plagiara un 20% y no un 50%, no cambia lo sustancial del caso.

Porque lo peor, con ser grave, no es que la tesis quedara convertida, sin remedio, en una faena de aliño. Lo peor de todo es la dudosa ética académica demostrada por Miren Arzalluz con una tesis que no era inédita, al menos no en una parte significativa, y que tampoco era veraz, porque no cumplía lo que afirmaba.

Con este precedente, cuando empiece a ejercer como directora del museo Guggenheim de Bilbao, ¿cómo nos creeremos la autenticidad de lo que allí se argumente?