Vatnik es un término peyorativo. Hace referencia a un ruso nacionalista que ingiere sin pestañear toda la propaganda gubernamental.

El presidente ruso, Vladímir Putin, a su llegada a la cumbre de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) en Astaná (Kazajstán).

El presidente ruso, Vladímir Putin, a su llegada a la cumbre de la Organización del Tratado de Seguridad Colectiva (OTSC) en Astaná (Kazajstán). Reuters

Originalmente, el vatnik era una especie de chupa acolchada, vulgar pero barata y que protegía del frío. Un poco como la bata de guata.

En 2011, un artista provocador lanzó una caricatura que consistía en una cara malhumorada hecha con tela de vatnik, con la nariz colorada por beber vodka y un ojo morado por pelearse con sus vecinos. Tuvo un éxito inmediato y en 2014, tras el Maidan y la invasión de Crimea, los ucranianos la adoptaron para referirse a los rusos en general.

El régimen de Vladímir Putin intentó entonces hacer jiu-jitsu y convertir el término en algo patriótico y positivo, pero fracasó y ahora está prohibido usarlo. Llamar a alguien vatnik puede conducir directamente a la cárcel. 

Porque el vatnik no hace referencia a un patriota, sino a un patriotero. Un jingoísta capaz de compensar sus carencias reales con delirios de grandeza nacional. Siempre que además le permitan canalizar el resentimiento, porque el vatnik siempre está esperando que le proporcionen un chivo expiatorio.

Todo esto los hace especialmente codiciados por los demagogos, que así pueden sustituir la solución de problemas por el suministro continuado de delirios y agravios, es decir, de un "relato": tal vez tu vida sea insulsa o desastrosa, pero estás embarcado en un proyecto épico contra los culpables.

Puede que Rusia sea una autocracia desprovista de Estado de derecho, con una economía mafiosa e instituciones corrompidas, pero lo importante es que formas parte de un imperio providencial destinado a gobernar desde Lisboa a Vladivostok.

Luego, en la trinchera a la que lo ha mandado Putin, la realidad alcanza a su hijo en la forma de un dron ucraniano.

En todo caso, para ser vatnik no hace falta estar en una dictadura (aunque ayuda bastante) y de hecho en España parece haber un número significativo de ellos.

Tal vez deberíamos llamarlos guatniks en homenaje a la guata. Se los puede ver, por ejemplo, en un meme muy famoso del golpe nacionalista de 2017. Se compone de dos fotos de un mismo grupo de personas en dos momentos separados por diez segundos, exultantes ante la declaración de independencia, y completamente desoladas a los diez segundos, cuando Puigdemont la suspende.

El meme más viral del procés.

El meme más viral del procés.

Pero ni siquiera es necesario ser nacionalista para ser vatnik. Basta con haber sido estabulado por un partido político.

Dirigentes desaprensivos, medios de comunicación obedientes y votantes pastueños forman el caldo de cultivo de los vatniks, y obviamente estos últimos son los más patéticos porque los dos primeros obtienen beneficios materiales.

Visto de este modo, el sanchismo se compone de una abultada red clientelar y un sorprendente número de vatniks. A un vatnik andaluz le parece correctísimo cambiar votos por la impunidad de unos golpistas que lo desprecian, y a uno extremeño le parece fenomenal que otra comunidad autónoma distinta de la suya merezca privilegios fiscales.

A ellos y a sus hijos, como a los del vatnik ruso, también los alcanzará la realidad de un país empobrecido y dividido en el que, ante su mirada impasible, su partido ha neutralizado el Estado de derecho y ha desmontado sus instituciones democráticas.

Pero al vatnik le da todo igual, porque "al menos no gobierna la derecha".

Parafraseando libremente a Spengler, siempre ha sido un puñado de vatniks el que ha salvado al sanchismo corrupto.