No me hagan poner el refrán negro sobre blanco. Se puede evocar sin reproducir textualmente.
Hablo de ese que sitúa en un convento el paralelismo entre la relajación moral y la corporal cuando uno sabe que le queda poco tiempo en el lugar que ocupa.
El refrán viene a la cabeza ante la decisión con la que Joe Biden se dispone a echar por tierra el legado que quedará de una vida política que rebasa el medio siglo.
El indulto a su hijo Hunter. Según The Washington Post, sólo el concedido por Gerald Ford a Nixon en 1974 puede asemejarse en amplitud de cobertura.
Cuesta decidir qué produce más dolor en este paso.
Que venga del Biden desorientado del último año y medio o del implacable animal político que fue los cincuenta anteriores.
O que sea plenamente consciente de que de su promesa inaugural, la de buscar el bien común y no el interés personal, no iba a quedar nada en el recuerdo ante el regreso, a partir de enero, de la forma de hacer política que él se había propuesto erradicar.
La medida en sí legitima la visión de los políticos como una casta egoísta e hipócrita con la que ha hecho fortuna el populismo. El argumentario desplegado para justificarla se instala en ese victimismo sentimentaloide que por aquí conocemos tan bien. Ya que Donald Trump ha derrotado la alternativa, convirtámonos en su reverso.
Nadie negará que la de Biden es una vida que nadie querría haber tenido. Juró por primera vez su cargo de senador desde la habitación del hospital en la que cuidaba a los dos vástagos supervivientes del accidente en el que murieron su esposa y su otra hija (Beau fallecería de cáncer a los 46 años).
Estados Unidos no es España y allí se han publicado textos muy duros en la prensa afín. Pero hay de todo. El columnista Eugene Robinson sostiene que no es una decisión políticamente inteligente, pero sí defendible. Muy pocos padres dejarían de usar su poder para proteger a sus hijos de todo mal.
Pero por eso no se presentan a la presidencia de los Estados Unidos.
En 2028, algún candidato demócrata deberá enfrentarse a J. D. Vance o quien quiera que herede el cetro del trumpismo. Tendrá que hacerlo, quién nos lo iba a decir, abjurando del anterior compañero de partido en la Casa Blanca. Antes de eso tendrá que haberse empleado a fondo con la fregona.
Madre mía cómo han dejado el convento.