Emmanuel Macron ha cumplido su palabra y, apenas una semana después de la histórica moción de censura que descabalgó a Barnier, ha amarrado una prórroga de los Presupuestos y ha nombrado un nuevo primer ministro: François Bayrou.
Bayrou es un macronista reciente, liberal de largo recorrido, con cuarenta años de carrera política en un amplísimo catálogo de cargos: ministro, diputado, eurodiputado, alcalde…
Bayrou siempre deseó ser presidente de la República, pero por tres veces fracasó.
Ahora, con 73 años, ha jugado su última carta y ha llegado lo más cerca que podría estar del Elíseo.
Porque el presidente Macron amagó con relegarle a un segundo puesto, con su fiel Roland Lescure de primer ministro. No es difícil imaginar cómo le explicó Bayrou, 'el orador', lo que tardaría entonces el presidente en quedarse sin el apoyo de su partido y sus treinta y seis diputados MoDem.
Bayrou es un hombre de letras. Estudió literatura clásica y fue profesor unos años, antes de entrar en la política. Se le conoce, sobre todo, por ser un profundo estudioso de Enrique IV, el rey que con la frase "París bien vale una misa" puso fin a las guerras de religión en la Francia del siglo XVI.
Sobre él escribió Bayrou una exitosa biografía. Y a él, más que nunca, ha acudido en busca de referencia e inspiración para afrontar el "Himalaya de dificultades, con más opciones de fracaso que de éxito" al que se enfrenta con su designación, como él mismo ha descrito.
Algo de litúrgico o sacramental debe de haber para que un viejo zorro plateado de la política acepte una misión imposible como esta, con una nueva moción de censura anunciada por los Insumisos de Mélenchon y la ceja levantada de Le Pen evaluando la jugada.
"La reconciliación es necesaria", ha sentenciado el veterano liberal que aspira a fungir una unión de la izquierda y la derecha francesas como el monarca unió a católicos y protestantes.
Bayrou tiene en su manga un as que le capacita, más que nadie, para construir alianzas en la Asamblea Nacional. Su buena relación tanto con Le Pen (cuya legítima representatividad de una buena parte de los franceses siempre ha defendido) como con los socialistas (a los que podría atraer a la mayoría de gobierno).
¿Podría ser que, contra todo pronóstico, Bayrou llegue a coronar sus cuatro décadas en primera línea política con una recuperación básica del rumbo para Francia?
¿Que sorprenda y descoloque de nuevo, igual que cuando superó la tartamudez de su infancia y se convirtió en docente?
¿Igual que cuando aceptó la cartera de educación de un gobierno conservador de Balladur con la presidencia del socialista François Mitterrand?
¿Igual que cuando fundó en 2007 su propio partido?
¿Igual que cuando renunció a su ambición presidencial en 2017 para impulsar y respaldar a un Macron que irrumpió desde el centro con un discurso reformista?
¿Igual que cuando (a falta de resolución de recurso) ha logrado eludir la condena por la contratación fraudulenta de asistentes en el Parlamento Europeo?
La situación es terriblemente compleja. Pero, de entrada, Bayrou tienen a su favor una mayor disposición al acuerdo por parte de más partidos, dada la extrema inestabilidad propiciada por la moción de censura a Barnier.
A punto de expirar este annus horribilis de Macron, quizá sea factible ese gobierno amplio y central, con reformistas de izquierda, centro y derecha, excluyendo los extremos, por el que Bayrou abogaba no hace mucho en televisión.
No ocultar nada, no descuidar nada y no dejar nada de lado. Reducir la deuda de Francia como prioridad y obligación moral. Derribar el muro de cristal entre los franceses y sus políticos. La igualdad de oportunidades como un deber sagrado.
A mí, estas palabras de su primer discurso como primer ministro me suenan claramente a un Enrique IV revisitado cinco siglos después. Suenan a las campanas recuperadas de Notre Dame de París.
Actualizado todo, eso sí, desde un principio que el nuevo primer ministro de Francia ha defendido a menudo: el centro garantiza la supervivencia de las ideas de los demás.
En la inminente conformación de su gobierno podremos empezar a constatar si Bayrou bien vale una misa.