Hemos conocido la sentencia de Dominique Pelicot y los cincuenta acusados de drogar y violar durante la friolera de casi una década a Gisèle Pelicot.

Dominique se enfrenta a veinte años, la pena máxima para estos cargos. Y si los cálculos no me fallan, a sus setenta y tres años, está destinado a que las lombrices le devoren los ojos en el trullo. Y ella, a sus setenta y dos, condenada a vivir.

Macarena Gómez dice que siempre va a apoyar a los hombres. "Los tíos están cagados", afirma. "Que vayan a la Policía Nacional", se le ocurre. El personaje que se comió a la persona. Ha vuelto Lola Trujillo, nunca se fue. Ya lo dice María Patiño, "quien tenga miedo y el culo apretao', que se pregunte por qué".

La primera vez que le conté a mis colegas que un chavalito de nuestro grupo de amigos me había mandado una foto sin consentimiento de sus partes íntimas (y tan íntimas que ni siquiera me hubiera imaginado) su respuesta fue ridiculizar la situación. "Son cosas de niños". Niños con pelos en los testículos, pensé. "Los amigos a veces hacen estas tonterías sin importancia".

Tengo veinticinco años y todavía siento culpa.

Si no le hubiese respondido, si no hubiese abierto la foto, si le hubiese plantado cara, si me atreviera a mirarle a la cara. Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa

La vez que avisé a la Guardia Civil de que un hombre robusto me perseguía y se manoseaba desnudo delante de mí en una zona de bañistas su respuesta fue también ridícula. "Es mejor no denunciar, perderías el tiempo. Es tu palabra contra la suya".

Cuando mi amiga María le pegó un botellazo a un hombre que le metió la mano dentro de sus bragas. Cuando Paula iba camino al instituto y un rapero le decía que se quería meter una raya de coca en sus tetas. Cuando mi amigo dejó de ser mi amigo porque se corría dentro y no se daba cuenta. Tantas y tantos. Pero los hombres están cagados. 

Hay algo en las mujeres que denuncian que recuerdan a la frialdad de Isabelle Huppert en La Pianista o a la de Nagore Aranburu en Querer. En los bares se comenta, con voz de carajillo matutino, que una mujer miente porque es mala por naturaleza. Es frívola y calculadora. Sólo el llanto muestra la verdad.

¿Cómo va a estar tan entera? ¿No la habían violado cincuenta tipos?

Gisèle Pelicot en el tribunal penal de Aviñón tras conocerse las sentencias.

Gisèle Pelicot en el tribunal penal de Aviñón tras conocerse las sentencias. Reuters

Pues sí. Las mujeres podemos hacer eso. Podemos levantarnos de la cama después de haber sido manoseadas, podemos hacer como si nada, podemos seguir con nuestras vidas y con las vidas de nuestros hijos. Sólo se te pone cara de verdad. De sentencia. Pero sigues, porque tienes todas las de perder.

Y ahora que parece que nos hemos plantado, entonces, pesan más los calzoncillos.

Pero los músicos siguen haciendo música. Los directores siguen haciendo películas (aunque ahora el sexo es feminista). Los amigos siguen en tu grupo de amigos. Y el beneficio de la duda siempre para ellos. Nunca para ellas. 

Y la vergüenza nuestra. Incrustada en el corazón. Un tatuaje por dentro.

"Soy una mujer completamente destrozada, no sé cómo voy a reconstruirme, cómo me voy a recuperar de todo esto", dice Gisèle.

Yo tampoco.

Por mí, que vayan pasando. Como decía La Veneno. En fila, como en el cole.

Instagram no es el mejor lugar del mundo, Macarena, en eso sí vas a tener razón. Así es, iremos a la policía, pero hay cosas que la policía no va a venir a arreglar. Hay grietas en casa que la policía no va a tapar. Hay sonidos en las habitaciones que nunca van a poder escuchar. Hay filetes de ternera que llevan más lágrimas que aceite.

Ya nos lo cuentan en la serie Querer. Ella vuelve a su barrio con una mano delante y otra detrás. Con un hijo menos. Con un caso archivado. 

Si la justicia no lo hace, lo haremos nosotras: las chicas.

Y si algún día te pasa a ti, Macarena, estaremos aquí.