No soy verde, ni me huyen los chiquillos. No me he vuelto Grinch, ni me reconocerás en el Ebenezer Scrooge de Cuento de Navidad (1843). Mi corazón es casi blanco y siento que tengo la edad de un adolescente con gafas.
Si me concedes la duda, entonces, permíteme protestar: se nos ha ido la pinza con tanta bombilla LED.
Escribo este manifestó en defensa del minimalismo lumínico, en contra de la extrema contaminación lumínica que nos deja ciegos de brillibrilli. Redacto este manifiesto en defensa de la oscuridad y su prima la penumbra.
Qué las lámparas LED gasten poco no nos da derecho a abusar de ellas. Que las luces LED gasten poco no nos da derecho a contaminar ciudades y comercios con luces cegadoras.
El exceso de iluminación es anticomercial. Igual que no me como todo lo que dan en un bufé libre, el salón de mi casa no lo ilumino como el Santiago Bernabéu durante un partido de la Champions.
¿Las casas más caras, los áticos, sus terrazas y azoteas, no deberían ser aquellas que te dejaran observar a Venus titilar desde la terraza?
Ya en 2016 se publicó que el 86% de la población mundial no podía ver las estrellas. Imagine el lector cómo ha subido la estadística ocho años después.
Asumamos que la contaminación lumínica no es más que otra forma de polución. No hace falta inhalar dióxido de carbono para intoxicar nuestro cerebro. Exijamos a nuestros Ayuntamientos un respeto a vivir la noche y el día.
Lo siento, don Abel Caballero, una cosa es poner Vigo en el mapa y otra pasarse de frenada. Una ciudad verde no es aquella que empapuza de LEDs cada vez más y más días.
¿No eran mucho más románticas las bombillas colganderas de 45 o 60 vatios en las acacias pelonas de la Castellana que las bandas de LED que cruzan las calles? Entiendo que en estos tiempos el romanticismo es caro, pero soy de la generación que cogía el autobús circular para ver las luces de Navidad y recorrer la ciudad.
Algunos diseños tienen su arte, pero otros son horripilantes. Ofrecer los LEDs a artistas locales o internacionales daría algo más de sentido al exceso.
¿No se ha dado cuenta la Dirección General de Tráfico que los semáforos se ven peor o no se ven con tanto LED colgando? ¿Cuántos accidentes de una persona mayor, de alguien que lleve mal las gafas o de un conductor inexperto, se han producido por saltarse un semáforo cuya luz confundió? ¿Se imagina el lector un juicio de tráfico acusando a la iluminación LED navideña de confusión lumínica?
¿Dónde puede acabar esto? El éxito comercial de Vigo me preocupa si se convierte en un caso a imitar. Acuérdense el lector cuando a todos los ayuntamientos y asociaciones les dio por editar calendarios full monty para financiarse.
¿Vivimos en una carrera infinita de LEDs? Por cierto, ¿qué palabra en castellano podríamos buscar para calificar este tipo de bombillas de diodos que emiten luz? LED es el acrónimo de Light-Emitting-Diode, luz emitida por un diodo en el idioma de Shakespeare.
La guerra de chips hace meses que está aquí. El gigante Volkswagen sufre en carne propia el boicot de los fabricantes chinos de chips y microchips para sus coches.
Momento conspiranoico: ¿no se tratará de una estrategia china la de inundar todas nuestras ciudades de LEDs, y cuando ya no podamos vivir sin ellos, bloquearnos con la fabricación de chips que está en manos de su industria?
La enfermedad de las pantallas y sus daños para la vista está bien diagnosticada. ¿Y la de la luz que emiten los LED?
Heather Brady en National Geographic escribió en 2017, según un estudio del German Research Centre for Geosciences, la luz de la Tierra (hace 7 años ya) emitida al firmamento aumentó un 2%. Y aun así otras civilizaciones no vienen a vernos.
¿Será porque al vernos les parece que es mejor no acercarse, porque han visto como los humanos nos hemos convertido en una plaga para nuestro planeta?
La luz azul que emiten las bombillas LED afecta a los ritmos circadianos, como lo hace la pantalla de un móvil o un iPad. A más consumo de LED más consumo de melatonina en las ciudades. No manejo ninguna estadística, pero tiene lógica. ¿Te imaginas durmiendo en Nueva York con tu habitación dando a los luminosos de Times Square?
No exagero, estamos desbocados y el ejemplo de Vigo y la estrategia del alcalde (a más luces, mejor ciudad; a más luces, más turismo; a más luces más barata es la campaña de marketing mundial) acabará demostrándose que es equivocada. Los atajos, también los atajos lumínicos, acaban con el caminante perdido.
El futuro se antoja brumoso para los noctámbulos mientras se asocie luminosidad a consumo, y consumo a felicidad. Este es el silogismo a romper si queremos ver la estrella que, dicen los antiguos, encendió la Navidad.