Resulta que se puede dimitir. Justin Trudeau lo acaba de hacer, tanto del puesto de primer ministro como de líder del Partido Liberal. Lo hace (se ve que también esto es posible en mundos lejanos) por presiones dentro de su propio partido.

A lo largo del verano los candidatos liberales perdieron en una serie de elecciones, y en diciembre dimitió la vice primera ministra Chrystia Freeland. Ahora miembros del partido declaraban abiertamente no confiar en su liderazgo.

"Me ha quedado claro que si tengo que librar batallas internas no puedo ser la mejor opción en la próxima elección", ha dicho Trudeau. Ahora hay que elegir un nuevo líder "a través de un sólido proceso competitivo de ámbito nacional", es decir, alejado del modelo Campana de Huesca que acaba de descabezar a LobatoTudanca y Espadas.

El primer ministro canadiense, Justin Trudeau, junto al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en 2022 en La Moncloa.

El primer ministro canadiense, Justin Trudeau, junto al presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en 2022 en La Moncloa. Efe

En su discurso de despedida Trudeau también afirmó ser consciente de que se ha convertido en una figura cada vez más polarizadora para el electorado canadiense. Pero en lugar de aprovecharlo como una baza política ha dicho que "es hora de reiniciar" y de "bajar la temperatura". Causa cierta melancolía escuchar esto.

Trudeau llegó al poder hace casi una década. Lo hizo sobre una ola de anhelo por una modernización de la política que propulsó a políticos jóvenes y guapos como el propio Trudeau, Renzi, Rivera y, un par de años más tarde, Macron.

Luego llegó una ola mucho mayor, el tsunami woke que Trudeau se apresuró a surfear. Convertido en adalid de la corrección política, subordinó su agenda a la moda del momento, e incluyó en ella los asuntos más estériles y destructivos.

Nada permite percibir mejor el ambiente de la era Trudeau que las tribulaciones del doctor Jordan Peterson, que fue acusado de fomentar el discurso del odio por negarse a usar los neo pronombres "inclusivos" (they, them, ze e incluso zir), y al que el Colegio de Psicólogos de Ontario ofreció una terapia de rehabilitación por denunciar el daño que la legislación trans está produciendo en niños y adolescentes canadienses.

El propio Trudeau se vio obligado a disculparse por disfrazarse de negro. Algo a lo que, a juzgar por las numerosas fotos que fueron emergiendo, era muy aficionado en su juventud.

En 2020 se enfrentó a un escándalo (mínimo según los estándares españoles) por encargar la gestión de un programa de ayudas a una organización benéfica vinculada con su familia. Y en 2022 brotaron protestas por todo el país por las restricciones derivadas de la pandemia y las políticas de vacunación. Y aquí su actuación presenta ciertas semejanzas con la de Sánchez.

Las protestas fueron encabezadas por los camioneros, a los que Trudeau calificó de nazis y supremacistas blancos (no disponía de la utilísima carta de Franco), mientras su ministra de Salud Mental y Adicciones de Canadá afirmaba que su lema "honk-honk" no hacía referencia a las bocinas de sus camiones, sino que sencillamente quería decir "Heil Hitler".

Y mientras propalaba estas chorradas se embarcaba en proyectos para censurar la información (los "bulos") y activaba por primera vez la Ley de Emergencias. Dos años más tarde un tribunal federal resolvería que Trudeau había abusado de su autoridad e infringido derechos individuales. También esto nos evoca recuerdos.

Los canadienses también han sido golpeados por el incremento de la inflación, el coste de la vida, y la vivienda. El periodista Paul Wells, autor de Trudeau contra las cuerdas, añade el descontento por su gestión de la inmigración.

Recordemos que comenzó su legislatura con una política de puertas abiertas favorable a la multiculturalidad ("la diversidad es nuestra fuerza"). Pero el año pasado, ante el impacto económico y social (el 98% del incremento de la población en 2024 es debido a la inmigración), recortó significativamente el número de recién llegados permitidos en Canadá.

Se mire como se mire, es el reconocimiento del naufragio de una de sus buques insignia. Además, Wells afirma que Trudeau ha ido perdiendo contacto con la opinión pública. Hay interesantes experimentos que demuestran que aquellos en posición de poder ven reducida su capacidad para la empatía y agrandada su confianza en su infalibilidad, y el líder canadiense no ha sido ajeno a ello.

Previsiblemente ahora llegarán al poder los conservadores, algo que el reflujo de la marea woke está propiciando en todo Occidente. ¿Cómo recordará la historia a Trudeau? Tal vez como uno más de esos líderes que han reducido la política a una sucesión inconexa de episodios de comunicación.

Tal vez no se le eche mucho de menos.