El vídeo que reproducimos hoy, en el que puede verse a más de 800 personas haciendo cola a la puerta del Banco Solidario de Alimentos de Valencia la víspera de Nochebuena, resultaría sólo impactante si no mostrara -además- la realidad cotidiana de una de cada cinco familias españolas.
Es verdad que este minimetraje de la pobreza refleja una realidad concreta, pues esta asociación benéfica abrió sus puertas para donar sus excedentes después de que el Ayuntamiento de Valencia decidiera no renovar su convenio con la entidad. El consistorio que dirige Joan Ribó no aprobaba que con los 85.000 euros anuales de subvención se sufragaran los sueldos de los trabajadores de la fundación y tampoco quería mantener un modelo de reparto de alimentos que abunda en las colas del hambre.
Tarjetas solidarias
Se esté o no de acuerdo en este caso con el Ayuntamiento de Valencia, que prefiere establecer un sistema de tarjetas o cheques solidarios para adquirir productos en las tiendas y evitar así la estigmatización de los necesitados, el problema de la pobreza no es exclusivo de la tercera ciudad de España ni privativo de administraciones de uno u otro color.
De hecho, que la cola de menesterosos a la espera de un kit básico de alimentos -aceite, arroz, leche y bollería- pasase ante la sede central del PP y superase la puerta del Jardín Botánico, el lugar donde se firmó el pacto que dio a los socialistas el Gobierno de la Generalitat junto a Compormís y con el apoyo de Podemos, es ilustrativo de hasta qué punto la pobreza se ha convertido en un drama transversal.
Los datos
Según el último barómetro del INE, realizado en mayo, un 28,6% de los españoles está en riesgo de exclusión social y el 20% de las familias sobrevive con menos de 8.000 euros anuales. Y según el estudio sobre la infancia de Unicef de junio, uno de cada tres niños españoles no puede reponer sus gafas o comprar libros de texto. Los datos de Oxfam Intermon, que considera a España el país donde más ha crecido la desigualdad de toda la OCDE, son igualmente alarmantes.
Las cifras macroeconómicas que apuntalan la recuperación deberían tener su correlato en actuaciones más efectivas contra el hambre y la desigualdad. Conformarse con que la situación fue todavía peor en los años más duros de la crisis es tanto como mirar hacia otro lado cuando encontramos en nuestro entorno colas en busca de alimentos como las que se han visto en plenas Navidades en Valencia.