El balance de los cien primeros días de gobierno de Donald Trump sólo puede considerarse negativo para EE.UU. e inquietante para el resto del mundo. El nuevo inquilino de la Casa Blanca ha hecho lo contrario de lo que aguardaban sus partidarios, al tiempo que no ha parado de dar motivos de intranquilidad a quienes recelan de él.
Se convirtió en presidente de EE.UU. prometiendo que se volcaría en los problemas internos, pero se ha entregado a una escalada de amenazas y tensión armamentística con Corea del Norte que mantiene en vilo a la comunidad internacional. Y con razón: Trump atacó posiciones de Bachar al Asad en Siria -por gasear a civiles en Alepo- y lanzó la madre de todas las bombas contra un reducto yihadista en Afganistán. La primera acción estaba justificada, la segunda fue desproporcionada, pero en ambos casos actuó sin previo aviso y sin reparar en las consecuencias que este tipo de acciones unilaterales puede tener para la paz mundial.
Sheriff del mundo
El riesgo de que el presidente de EE.UU. caiga en la tentación de ordenar acciones militares a voluntad para que los medios de comunicación y sus detractores no reparen en sus continuos fiascos o en las procelosas relaciones de miembros de su equipo con el espionaje ruso es muy alto. Y lo peor es que ni siquiera erigiéndose en sheriff del mundo logra corregir el desplome cada vez más acusado de su popularidad.
Las movilizaciones en la calle contra sus políticas han sido una constante. Y no es para menos. En materia de inmigración, no logra financiación para construir su muro con México y los tribunales tumbaron su orden ejecutiva que impedía la entrada a EE.UU. de inmigrantes de siete países musulmanes. Ha ordenado desmantelar el Obamacare pero parece incapaz de sustituirlo por un programa de asistencia sanitaria alternativo. Y además de no haber cumplido ninguno de sus compromisos, tampoco ha implementado el relevo de un gabinete en el que los pesos pesados son su hija y su yerno.
Más déficit público
Por lo que respecta a la gestión económica, Trump ha prometido una rebaja fiscal sin precedentes, pero lo ha hecho sin reducir el gasto público, lo que sólo puede disparar el déficit. La improvisación, la frivolidad y la arbitrariedad constituyen el marchamo de su mandato.
El magnate convertido en presidente sigue gobernando a golpe de Twitter y sólo ha necesitado tres meses para confirmar los peores temores sobre su incompetencia y para constatar que ser un tiburón de los negocios no implica ser un buen gestor de los asuntos públicos.