El conflicto largamente larvado entre el taxi y las nuevas plataformas VTC de alquiler de vehículos con conductor ha estallado con virulencia en Barcelona y -sobre todo- en Madrid, donde miles de conductores profesionales han participado este martes en protestas no exentas de incidentes. Algunos taxistas han encendido bengalas, la han emprendido a golpes con los vehículos de Uber y Cabify que encontraban a su paso, han intentado romper el cordón de seguridad frente al Congreso y han escrachado a los mismos dirigentes políticos que apoyan sus demandas, como Pablo Iglesias, alcanzado por un huevo.
La protesta ha servido para escenificar, de un modo nada edificante, un complejo choque de intereses. El sector tradicional tiene motivos para sentirse amenazado por la presión cada vez mayor de sus competidores. En muy pocos años, las licencias de VTC no han parado de crecer -cerca de 6.000 por 59.000 taxis- porque resultan entre tres y cuatro veces más baratas. Además, el taxi está sujeto a una normativa muy rígida en lo que atañe a horarios, paradas y jornadas, que los trabajadores de Uber y Cabify no tienen que soportar.
Viajes bajo demanda
En teoría, las nuevas plataformas de transporte de pasajeros funcionan sólo previo acuerdo o contrato telefónico. Sin embargo, muchos de los conductores de Uber y Cabify no aguardan a ser llamados, sino que patrullan las calles, e incluso -según denuncian los taxistas- algunos esperan en puntos calientes como terminales ferroviarias y aeropuertos a ser requeridos a través de aplicaciones móviles. Además, copan una parte considerable del negocio del transporte abonado a empresas.
En estas condiciones, al taxi le cuesta cada vez más competir. Es un sector demasiado regulado, endogámico y sindicalizado. Pero no solucionará nada por la fuerza ni trasladando a los clientes su frustración. El impacto de la economía a demanda, de mano de las nuevas tecnologías, ha revolucionado la actividad del transporte de pasajeros. La capacidad de respuesta de las administraciones se ha visto desbordada. El Gobierno y las Comunidades Autónomas no pueden seguir mirando para otro lado. Deben ajustar el número de licencias a la capacidad del mercado y revisar los protocolos de funcionamiento de todos los actores para garantizar una igualdad de condiciones.
La paz en la calzada
Sin embargo, no se trata sólo de regular el régimen de competencia actual entre los taxistas y los conductores de Uber y Cabify, sino de establecer un marco de convivencia que garantice la paz en la calzada y el mejor servicio posible a los usuarios, para lo que el taxi debe asumir una nueva cultura. No se van a solucionar los problemas del transporte de pasajeros del siglo XXI con actitudes del pasado.