La decisión de Donald Trump de abandonar el Acuerdo de París, confirmada este jueves, no ha pillado por sorpresa a nadie. El presidente estadounidense es un negacionista declarado que no pierde ocasión de abanderar la cerrazón. Nada más llegar a la Casa Blanca revocó las principales leyes antiemisiones aprobadas por Obama, puso al frente de la Agencia de Protección Ambiental americana a un defensor de las empresas de fracking y redujo un tercio el presupuesto destinado a energías limpias. Con estos antecedentes, no se podía aguardar nada bueno. La duda era si la ruptura se ajustaría al procedimiento previsto por la ONU, y se produciría en un plazo de cuatro años o si Trump optaría por un divorcio exprés. Finalmente, el presidente de EE.UU. ha escogido la primera vía.
No por esperada deja de ser grave la ruptura de los compromisos ecológicos adquiridos por parte del segundo país que más emisiones produce. Con la cumbre de París de 2015 -ratificada en noviembre pasado- el mundo se sobreponía a la frustración que supuso el fracaso del Protocolo de Kioto. Principalmente porque las dos potencias que más contaminan el planeta -China y EE.UU.- acordaban por fin junto al resto de la comunidad internacional una agenda concreta para evitar que el aumento de la temperatura global supere los 2 grados cuando termine el siglo. Es el único modo de mitigar las consecuencias del efecto invernadero: deshielo de los polos, desertificación, deforestación, inundaciones, ciclones… En esta hoja de ruta, resulta crucial la creación de un fondo ecológico de al menos 100.000 millones de dólares en el horizonte de 2020 que a partir de ahora será más complicado reunir.
Alianza UE-China
Lo sustancial, ahora que Trump ha roto amarras, es que estos objetivos se mantengan. Es verdad que sin la colaboración de EE.UU. la lucha contra el cambio climático será más difícil y costosa, pero no es un reto inasumible si existe un liderazgo fuerte que presione y sirva de ejemplo al mundo. En este sentido, la alianza entre Europa y China puede compensar la irresponsabilidad de Washington.
Horas antes de que Trump oficializase su ruptura, aduciendo que el acuerdo de París "disminuye la competitividad de las empresas estadounidense", los dirigentes de la UE y Pekín escenificaban su compromiso por el pacto climático en Bruselas. Esta cumbre bilateral debe servir de acicate para que los países productores de combustibles fósiles inviertan en sistemas de captura de carbono, para seguir impulsando energías menos contaminantes, como la solar y la eólica, y para apostar por la producción de energía nuclear de una forma segura.
Presionar a Washington
La comunidad internacional debe presionar en todos los foros posibles, y a todos los niveles, para intentar que Washington vuelva al redil del sentido común y se comprometa con la protección del planeta. Sin embargo, ya está claro que no puede fiar el éxito o fracaso de la agenda de París a lo que haga a corto y medio plazo EE.UU. No hay alternativa frente al cambio climático. El problema es que cada vez resulta más evidente que, además de luchar contra el efecto invernadero, el mundo debe hacerlo contra el efecto Trump.