El viraje socialista sobre el Tratado de Comercio de la Unión Europea con Canadá, más conocido como CETA por sus siglas en inglés, ha desatado el primer incendio importante en los grupos parlamentarios del PSOE en el Congreso de los Diputados y en el Parlamento Europeo. Los socialistas españoles votaron el 17 de febrero pasado a favor del tratado internacional más importante que la UE tiene sobre la mesa, pero este jueves Pedro Sánchez ha confirmado al comisario europeo de Asuntos Económicos, el socialista francés Pierre Moscovici, que su grupo se abstendrá finalmente en la votación que aún tiene que producirse en la Cámara Baja.
El cambio de opinión del PSOE no alterará el pronunciamiento del conjunto del Congreso sobre el CETA -será ratificado la próxima semana- ni tendrá consecuencias en lo que atañe a su ratificación por el Europarlamento, una vez reciba el beneplácito de cada uno de los 27 países miembros. Sin embargo, sí ha levantado ampollas en el conjunto de la socialdemocracia europea y en el seno del socialismo español porque arroja dudas sobre el rumbo y la coherencia de la nueva dirección, y sobre el peso e influencia de cada unos de los protagonistas de la nueva cúpula.
El contenido del tratado
El giro socialista respecto del CETA resulta de por sí muy polémico. Estamos ante un tratado de segunda generación -libre comercio de bienes, servicios e inversiones- clave para compensar la posición estratégica de Europa en un orden mundial cada vez más focalizado en el Pacífico. Constituye una alianza estratégica con un país socio al otro lado del Atlántico ahora que Donald Trump bloquea el TTIP entre EE.UU. y Europa. Y ha sido ya corregido con las garantías tendentes a preservar los derechos laborales, el respeto de las reglas europeas sobre Medio Ambiente y la capacidad de arbitraje de los tribunales de la UE en caso de conflicto de intereses.
Es cierto que en los partidos socialdemócratas europeos hay debate en lo que atañe al CETA, que entre sus más destacados detractores tiene a los verdes y a eurófobos extremistas como Marine Le Pen y Nigel Farage. Pero si la sobrevenida abstención del PSOE puede ser indicativa de su radicalización hacia la izquierda para congraciarse con Podemos -el propio Moscovici ha advertido este jueves a Pedro Sánchez que "ser de izquierdas no es estar contra la globalización"-, el modo en que la dirección ha cambiado de posición no resulta menos inquietante.
La voz cantante
Es insólito que la primera gran decisión de calado político en el PSOE la hiciera pública la presidenta del partido, Cristina Narbona, a través de Twitter en lugar del secretario general. Nadie hubiera imaginado a Micaela Navarro, José Antonio Griñán o Manuel Chaves -por citar a tres de sus predecesores- llevar la voz cantante en un asunto tan delicado como éste. El PSOE no es un partido presidencialista; de hecho el cargo de presidente es representativo y en cierto modo honorífico. Episodios como este abonan las tesis de quienes creen que la inclusión en la ejecutiva de dirigentes tan ideologizados como la propia Narbona, Manu Escudero o Toni Ferrer tendrá consecuencias importantes en la toma de decisiones.
Pedro Sánchez está legitimado y tiene el apoyo mayoritario del PSOE -que no del Grupo Parlamentario, que se opone mayoritariamente a este cambio de criterio- para abrazarse al ecologismo radical, abandonar el centro y modificar lo que considere oportuno, incluidos sus propios pasos. Otra cosa es que él mismo agrave las interrogantes que puedan suscitar sus vaivenes con dudas sobre quién marca la agenda de verdad en el PSOE.