España entera contiene la respiración porque es mucho lo que está en juego el 21-D. Cataluña dilucida su futuro después de cinco años de procés en los que a un deterioro político y económico medibles objetivamente se suman una fractura social sin precedentes y la suspensión del autogobierno de la Generalitat por primera vez en nuestro periodo democrático.
Basta reparar en la huida de más de 3.000 empresas desde el 1-O, en la bajada de las pernoctaciones hoteleras y en el aumento del paro registrado desde octubre para hacerse una idea de cuál es el coste del aventurerismo secesionista. También para intuir que esta factura será mucho más onerosa si los mismos políticos que han llevado a Cataluña al borde del precipicio ganan estas elecciones.
Empate técnico e incertidumbre
Resulta desazonador que tras una campaña absolutamente anómala, con unos candidatos en prisión y otros fugados en Bruselas, no haya ningún signo de certeza sobre qué va a ocurrir el jueves. Todo indica que el empate técnico entre los partidos del bloque constitucionalista -Cs, PSOE y PP- y los secesionistas -ERC, Junts per Catalunya y la CUP- se resolverá por la mínima. Y la posibilidad de que una coalición de la izquierda populista afín al nacionalismo como En Comú Podem pueda tener la llave de la gobernabilidad no llama a la confianza, sino más bien lo contrario. Pero tampoco se puede descartar que una eventual victoria del constitucionalismo sirva para despertar por fin de la pesadilla.
A la hora de comprender por qué el empate electoral parece inalterable a horas del desenlace pese al aumento de la participación -por encima del 80%- que pronostican los sondeos, hay que pensar no sólo en la realidad sociopolítica de Cataluña, sino en la torpeza supina del Gobierno por sacar las urnas deprisa y corriendo tras anunciar el 155. Lejos de aguardar a que los golpistas rindieran cuentas por sus fechorías antes de convocar elecciones -lo que hubiera dado tiempo a hacer pedagogía del 155 y desmontar la red clientelar nacionalista-, Rajoy ha permitido al independentismo hacer campaña en su zona de confort: con su aparato propagandístico intacto y sacando el máximo rédito al victimismo. Buena prueba de ello es que ERC elegiera este martes la cárcel de Estremera para el día del cierre de campaña. Lo mismo cabe decir del cibermitin de Carles Puigdemont.
Tres candidatos frente al nacionalismo
Hay que aplaudir a Inés Arrimadas (Cs), Miquel Iceta (PSC) y Xavier García Albiol (PP) porque los tres han puesto todo de su parte para movilizar al electorado constitucionalista. Los tres parten con la desventaja de una ley electoral que premia la representatividad de los pequeños municipios, donde el separatismo es más fuerte.
El candidato del PP ha hecho lo que ha podido en unas circunstancias muy complicadas, Iceta ha sabido jugar sus cartas con inteligencia y puede mejorar mucho los resultados del PSC, pero ha sido Arrimadas la que mejor ha recogido el sentir de una ciudadanía harta de nacionalismo. Ella se ha convertido por derecho propio y con un mérito enorme, teniendo en cuenta que es comparándola con los demás una recién llegada a la política, en la candidata más fiable.
La victoria del 21-D se la disputan Cs y ERC todo un hito para el partido de Rivera, fundado hace sólo once años. Al margen de qué candidato sume los votos suficientes para ser investido presidente de la Generalitat, el solo hecho de que Arrimadas ganara las elecciones supondría un vuelco histórico. Por todo ello, Ciudadanos es la opción constitucionalista que más puede hacer por enderezar Cataluña.