El atrevimiento de los partidos separatistas de intentar la investidura telemática de Puigdemont está abocado al fracaso. El Estado tiene instrumentos de carácter político y jurídico para abortar la intentona.
El Gobierno ya anunció que, si se diera ese supuesto, mantendría intervenida la autonomía en aplicación del artículo 155. Controla la Administración catalana y tiene en sus manos el Diario Oficial de la Generalitat de Cataluña. No hay, en ese sentido, nada que temer.
Un brindis al sol
Pero además está la vía judicial. En cuanto el Parlament plantee la investidura a distancia de Puigdemont habrá un recurso al Tribunal Constitucional, que declarará ilegal tal posibilidad. Los propios letrados de la Cámara autonómica ya han expresado en su informe la inviabilidad de ese procedimiento. Los separatistas lo saben y, por ello, podemos aventurar que no tratarán de llevar su bravata a las últimas consecuencias.
Pero que la iniciativa de los separatistas sea un brindis al sol no oculta el mensaje que envían a la sociedad y al Estado: van a insistir en su intento por romper España, sin importarles la fractura social que ya han causado en la propia Cataluña. Es más, lo van a seguir haciendo desde las instituciones, porque, fracasada la operación Puigdemont, harán valer su mayoría parlamentaria para elegir a un sustituto.
Hay que tomar nota
Los poderes del Estado deben tomar buena nota de los planes de los independentistas y actuar en consecuencia. El Ejecutivo ha de reconocer que se equivocó al tratar de salvar la coyuntura con un 155 blando y exprés. El Parlamento tiene que legislar en aras a neutralizar los pasos que en el futuro pudiera tratar de dar el separatismo. Los jueces tienen razones de sobra para actuar como Llarena: el supuesto propósito de enmienda de los encarcelados es, ahora queda claro, sólo una mera estrategia de defensa.
No habrá investidura telemática y el separatismo lo sabe. Pero su actitud augura más incertidumbre y nuevos males para Cataluña y para todo el país. Por eso España debe rearmarse y no volver a cometer los errores del pasado al objeto de afrontar el desafío con garantías.