La supresión de azafatas en la Fórmula 1 es la última victoria de los movimientos feministas y antisexistas, para los que ese tipo de trabajo supone una discriminación que cosifica a la mujer al presentarla como un objeto. La polémica de las azafatas ya había llegado antes a otros deportes, pero con menos repercusión mundial, caso del ciclismo o de los torneos de tenis.
La sensibilización en favor de la igualdad era y es necesaria en un mundo masculinizado en el que demasiadas veces se posterga a la mujer. No podemos olvidar que el drama de la violencia de género es el exponente más grave del machismo de la sociedad.
Educar en igualdad
Ahora bien, una cosa es educar en la igualdad, corregir las injusticias que se producen por razón de sexo y otra la obsesión por aplicar cánones de lo sexistamente correcto, algo que conduce a cometer auténticos disparates. Acabamos de ver cómo un museo de Manchester ha retirado un cuadro del siglo XIX porque representaba a unas ninfas desnudas, y lo ha hecho con el argumento de que hay que abrir un debate sobre el papel de la mujer en el arte y el espectador moderno. Es un ejemplo de cómo el radicalismo llevado al extremo desemboca en el absurdo.
El movimiento Me Too, oportuno y legítimo, que empezó como denuncia de los abusos sexuales en Hollywood silenciados durante décadas, ha derivado en una cacería en el que ya es imposible distinguir matices, con grave perjuicio para los denunciados. La carrera y el prestigio de Woody Allen, por ejemplo, están ahora mismo en riesgo por una denuncia que archivó el juez. Millones de personas en todo el mundo lo han condenado sin que haya sentencia.
Clima de confrontación
El debate ha creado un clima de confrontación que ha llevado a otros colectivos, como el que ha encabezado la actriz francesa Catherine Deneuve, a denunciar los riesgos de este tipo de denuncias indiscriminadas, más propios de una "sociedad totalitaria". Hoy publicamos en EL ESPAÑOL un reportaje en el que varias azafatas defienden el derecho a ejercer su trabajo y temen que un tribunal de buenas costumbres les impida ejercerlo.
El asunto se ha politizado además y se ha tornado en una guerra de buenos contra malos. Muchos optan por la autocensura para someterse a la corrección política. Bienvenidas sean todas las iniciativas para corregir las desigualdades de nuestra sociedad, pero seamos lo suficientemente inteligentes para saber dónde acaba el sexismo y dónde empieza la libertad individual. Sería un retroceso alumbrar una nueva inquisición.