La observancia del “deber de asistir a los plenos del Congreso y a las Comisiones de que formen parte” -que recoge el artículo 15 del Reglamento de la Cámara- sigue siendo una de las asignaturas pendientes de los diputados españoles. Sus señorías han hecho del absentismo y los retrasos una suerte de prebenda no escrita inherente al escaño.
En teoría hacer novillos tiene consecuencias disciplinarias, pero en la práctica el único modo oficial de contabilizar a los ausentes se produce en el momento de las votaciones. Es una práctica no infrecuente -con excepción de las sesiones de control al Gobierno- que los diputados lleguen tarde o se ausenten durante horas y regresen en el momento de pulsar el botón disciplinadamente.
Un problema transversal
El problema, aun siendo más visible en los partidos con menos parlamentarios, especialmente Bildu y ERC, es transversal a todas las formaciones. En las pellas y el escaqueo no se aprecian diferencias sustanciales entre representantes de la izquierda y de la derecha, ni entre la vieja y la nueva política.
Las ausencias resultan más visibles a primera hora de la tarde, cuando sus señorías están de sobremesa, y al finalizar las sesiones, cuando adelantan su salida para no llegar tarde a casa, y denota una indolencia y un menosprecio de las obligaciones adquiridas incompatible con cualquier amago de regeneración democrática.
El hemiciclo, un erial
Este martes, que el pleno empezaba a las tres porque los diputados acordaron hace un año adelantar las sesiones para “conciliar”, ha deparado una imagen de auténtica vergüenza. Al comenzar la sesión, el hemiciclo de la Carrera de San Jerónimo parecía un erial. El pleno, convocado para debatir y votar una iniciativa de Podemos para rescatar autopistas y una proposición de Ciudadanos para crear una comisión de investigación sobre los atentados yihadistas en Cataluña, arrancaba con sólo 50 de los 350 diputados de la Cámara y la hora punta de la sesión registró un aforo de apenas 172, aunque en el momento de la votación -lógicamente- su número se disparó. Para más inri, la actitud de muchos parlamentarios fue, en algunos momentos, de absoluta indiferencia respecto de lo que pasaba en la tribuna de oradores.
No se trata de caricaturizar a los políticos, pero el problema del absentismo laboral es recurrente en el Congreso y también se repite en las Cámaras autonómicas. Los ciudadanos no tienen por qué soportar que algunos representantes públicos hagan novillos o se tomen la legislatura como una beca de cuatro años a cargo del erario. La picaresca de sus señorías tiene un coste. En el último barómetro del CIS las formaciones políticas y el Congreso de los Diputados aparecían como las instituciones peor valoradas. Mientras los diputados no se obliguen a ser ejemplares y escrupulosos en el cumplimiento de sus obligaciones será imposible revertir ese estado de opinión. No solucionar de una vez este problema es burlarse de los votantes.