El pasado febrero arribaba a una playa de Cabo de Palos, en Murcia, un ejemplo tangible del preocupante estado de nuestros mares: el cadáver de un cachalote de 6,5 toneladas de peso, con casi 30 kilos de plástico en su estómago. El cetáceo había ingerido desperdicios marinos que le habían provocado la muerte. La noticia dio la vuelta al mundo: la lucha contra la contaminación por plástico es urgente desde el punto de vista sanitario y medioambiental.
El plástico está continuamente presente en nuestra vida diaria: forma parte de los embalajes de los alimentos que consumimos, de nuestros dispositivos electrónicos, de los productos de higiene y belleza, de los juguetes de nuestros hijos... Está incluso en las toallitas de celulosa y en la ropa, responsables de liberar microfibras de plástico al agua que posteriormente beberemos. Es un material barato de producir, pero una vez convertido en basura, se resiste a desaparecer. Se calcula que el ser humano ha generado 8.300 millones de toneladas métricas de desperdicios plásticos desde los años 50, de las que solo ha sido capaz de reciclar el 9%.
Cambios en la legislación
Como sucedió con otros contaminantes como los gases de efecto invernadero, las instituciones han llegado a la conclusión de que, antes de que podamos comenzar a revertir el daño, hay que poner freno a la escalada. Los gobiernos de Reino Unido, Francia, Italia o Irlanda, así como países que creeríamos menos concienciados con el medio ambiente como Marruecos o Kenia, han aprobado legislaciones que acotan o prohíben la distribución de contaminantes masivos, como las bolsas de plástico de los supermercados o esos bastoncillos para los oídos que demasiados usuarios persisten en tirar por el retrete.
España tiene un pobre historial en la lucha contra la contaminación por plástico: produce 23 kilos de desperdicios sintéticos por cada habitante al año, una cantidad que no ha parado de aumentar mientras la del conjunto europeo descendía. A rebufo de nuestros vecinos, la legislación española empieza a moverse: para 2020 los cubiertos y pajitas desechables de plástico quedarán prohibidos, y los que se comercialicen deberán ser biodegradables en al menos un 50%.
La solución empieza en casa
La lucha contra el plástico puede formar parte de las agendas de todas las naciones si se le concede la prioridad que le corresponde pero, sobre todo, si la incorporamos a nuestros hábitos de vida, porque las leyes por sí solas no bastan para poner fin a un problema de dimensiones catastróficas. Ha ocurrido con el reciclaje, una práctica marginal hasta hace un par de décadas en España a la que nos hemos entregado con convencimiento, hasta el punto de convertirnos en el segundo país de la UE que más recicla por habitante.
Con el objetivo de visibilizar la problemática, EL ESPAÑOL dedicará este mes de mayo a la lucha contra el plástico. Cada día pondremos el acento en un objeto de consumo aparentemente inocuo que al convertirse en basura contribuye de modo alarmante a la contaminación del planeta. Una vez identificados esos elementos, ofreceremos una serie de alternativas sencillas para ayudar a frenar un problema que está en nuestra mano ayudar a resolver.