El independentismo radical ha incrementado tanto el número de sus acciones como la gravedad de las mismas. Si los autodenominados CDR (Comités de Defensa de la República) cortaron el pasado sábado la autopista AP-7, este domingo se han afanado en inutilizar las barreras de diferentes peajes en plena operación retorno del puente de la Constitución. Y lo que es peor, con los Mossos de brazos cruzados ante la amenaza de Torra de depurar a aquellos que el 6-D protegieron a los constitucionalistas de los violentos.
Esta espiral de la violencia radical coincide, además, con la última bravata del presidente Quim Torra, que ha llamado a conseguir la independencia de Cataluña mediante la "vía eslovena". Ni que decir tiene que el proceso mediante el que Eslovenia obtuvo la independencia de Yugoslavia produjo decenas de muertos, y sólo la evocación de aquellos episodios ya es lo suficientemente estremecedora.
Violencia implícita
Es incuestionable que el mensaje del presidente de la Generalitat de Cataluña abogando por el fantasmagórico ejemplo esloveno reconoce, implícitamente, la utilización de la violencia. De ahí que haya sido duramente censurado por casi la totalidad de las fuerzas políticas.
Mientras Torra y Puigdemont azuzan la violencia, tratan de arrastrar a Junqueras al movimiento nacional de la Crida para ahondar aún más en el victimismo. Su última intentona ha sido mediante una huelga de hambre de algunos presos en la cárcel de Lledoners que, como cuenta hoy EL ESPAÑOL, es una auténtica farsa.
Dejación de funciones
Más allá de las luchas intestinas del independentismo, la realidad es que los CDR se han hecho dueños y señores de las calles de Cataluña. Y que ante la inacción de los Mossos y ante la actitud del propio Torra alentando los tumultos, se hace inevitable que el Gobierno tome cartas en el asunto para garantizar el orden y la seguridad de todos los catalanes.
No se entiende que, ante la gravedad de los hechos, el ministro del Interior, Grande-Marlaska, aún no haya comparecido. Pero más clamoroso sería que el silencio del Ejecutivo se explicara como un último gesto para que los independentistas dieran el sí a sus Presupuestos. Torra aprieta y Sánchez está mudo.