Lo ocurrido este viernes en León, en medio de las negociaciones del PSOE con el partido de Junqueras para investir a Sánchez, es un serio aviso del disparate que supone blanquear el independetismo.
El Ayuntamiento de León, gracias al apoyo de su alcalde, el socialista José Antonio Díez, aprobaba una declaración a favor de la segregación de Castilla, en la que reclama "el derecho a la constitución como Comunidad Autónoma de la Región Leonesa" junto a Salamanca y Zamora.
Ocho naciones
La "incredulidad" y las críticas con las que la Ejecutiva Federal del PSOE ha recogido el paso dado por su alcalde serían creíbles si no estuviera alentando con su actitud el surgimiento de este tipo de reivindicaciones.
Fue Miquel Iceta el que hace apenas 20 días defendía la idea de que Cataluña es una nación, que España es "una nación de naciones" e incluso cifraba en "ocho" su número, sin que el PSOE le rectificase. Entre ellas no incluía, por cierto, a Castilla y León.
Mecha peligrosa
Si nación es aquel territorio que tiene historia y marcadas señas de identidad, el viejo Reino de León, como cuna de Castilla y por tanto de España, puede encontrar razones para no verse relegada a ser una provincia con capital en Valladolid. Es verdad que cuando, mediados los años 80, se abrió este debate, el Constitucional lo zanjó con el argumento de que no podía trocearse el mapa autonómico ni dar pie a nuevas e inacabables disputas provinciales.
El PSOE de Sánchez, al normalizar a los separatistas tratándolos incluso como socios de investidura, ha encendido imprudentemente una mecha muy peligrosa. La realidad es que tan patético y grotesco como la declaración independentista de León es atender como si fueran respetables los planteamientos supremacistas y los delirios separatistas del nacionalismo catalán.