El acuerdo de los cuatro partidos separatistas (JxCAT, ERC, CUP y PDeCAT) por el que se comprometen a no pactar con el PSC tras las elecciones autonómicas de este domingo pretende impedir cualquier posibilidad de alternancia en Cataluña y condena a la región a cuatro años más de procés.
Como si el muro de la vergüenza que separa a los catalanes en dos comunidades estancas no fuera ya lo suficientemente alto, el nacionalismo acaba de elevarlo un poco más empujando al PSC al otro lado, allí donde moran hoy Ciudadanos, el PP y, por supuesto, Vox.
Con su pacto, los nacionalistas (por seguir con la metáfora) han tapiado la puerta por la que el PSC pasaba de uno a otro lado del muro en función de la coyuntura política del momento. Salvador Illa, a diferencia de Miquel Iceta, parecía no provocar rechazos radicales ni a un lado ni al otro.
El pacto de este miércoles ha demostrado que esa tesis estaba equivocada, al menos por lo que respecta a los nacionalistas.
Victoria de JxCAT
¿Pero cuál ha sido el pecado de Salvador Illa? Su intención de despertar a la Cataluña nacionalista de sus sueños de independencia y a la Cataluña constitucionalista de la pesadilla vivida durante los últimos cuatro años. Es decir, la de sacar a la región de su parálisis económica, política, cultural, social e institucional.
El pacto supone, de nuevo, una victoria de JxCAT sobre ERC. Porque eran los republicanos los únicos que tenían a su alcance un pacto con el PSC tras las elecciones.
Lo cierto es que ni JxCAT ni la CUP tienen interés en un pacto con los socialistas. Tampoco los socialistas tienen interés en un pacto con JxCAT o la CUP. El PDeCAT, por su parte, es un partido marginal en el escenario político catalán y está por ver, incluso, que consiga algún escaño este domingo. Su postura es por tanto irrelevante.
Que ERC haya firmado ese pacto, que limita sus combinatorias poselectorales y le deja como única opción posible la de un pacto con JxCAT, es la prueba más clara posible de que sus sondeos internos apuntan a una victoria de Laura Borràs.
Es obvio, también, que ERC achaca esa caída en las encuestas (cuando todos los sondeos, hasta la irrupción de Salvador Illa en la carrera electoral, vaticinaban una victoria fácil para ellos) a su cercanía al PSOE y a los rumores acerca de un posible futuro tripartito de izquierdas de ERC, Podemos y el PSC.
Tanto se ha hablado de la posibilidad de ese tripartito que este ha acabado ahuyentando a una parte de sus votantes más rocosos, aquellos que ponen el eje nacional por delante del ideológico. Suficientes votantes, en cualquier caso, para girar la tortilla en favor de la JxCAT de Carles Puigdemont.
Foto de Colón separatista
Illa ha calificado ya el pacto separatista como "la foto de Colón del independentismo". La diferencia es que los protagonistas de Colón no estaban en la posición de fuerza en la que se encuentra hoy el independentismo. Porque la posibilidad de que estos alcancen la mayoría absoluta en votos y en escaños el domingo es muy real.
Si eso ocurre, y aunque la carambola de los resultados ofrezca también la posibilidad de un tripartito de ERC, Podemos y el PSC, ¿con qué argumentos rompería ERC su pacto con sus hermanos separatistas para hacer presidente a Salvador Illa?
La opción B, la de que Salvador Illa haga presidente a Pere Aragonès es, hoy, también impensable. Para ese viaje no le hacían falta tantas alforjas al PSOE.
Sólo una movilización masiva de los votantes constitucionalistas puede dar al traste con los planes separatistas. Se equivocan por tanto aquellos que pretenden abstenerse este domingo en la creencia de que el peligro de una declaración unilateral de independencia ha sido ya abortado.
Porque lo que se juega Cataluña este domingo no es una nueva DUI, sino su caída en la irrelevancia y su pérdida de la condición de motor de la economía española.
Y un nuevo Gobierno separatista sería garantía de esa decadencia.