Pocas veces una información como la publicada ayer por EL ESPAÑOL (relativa a la crisis de Gobierno que prepara el presidente para antes del verano, tras los indultos y con la campaña de vacunación en velocidad de crucero) ha provocado una respuesta tan inmediata por parte del Ejecutivo.
El comunicado de la Secretaría de Estado de Comunicación, que no niega la información publicada por este diario, apenas recuerda lo obvio. Que la prerrogativa de ejecutar una crisis de Gobierno es de Pedro Sánchez y que esta "no puede ser comunicada por otra vía que no sea el propio presidente en el tiempo y forma que determine".
La remodelación del Ejecutivo, que muy probablemente reducirá el número de ministerios y acabará con la salida del Consejo de Ministros de algunos de sus miembros más emblemáticos (se habla de Arancha González Laya, de Fernando Grande-Marlaska y de Manuel Castells o Alberto Garzón, entre otros), tiene el objetivo de preparar al Gobierno para una segunda parte de la legislatura que se espera más plácida que la primera.
El momento es, desde el punto de vista del Gobierno, el correcto. Algo que no niegan los ministros consultados durante las últimas horas y que hablan de la necesidad de un nuevo impulso político que permita afrontar la esperada reactivación de la economía con garantías de éxito.
No es esa la opinión de Pablo Casado, que cree que el problema del Gobierno no son sus ministros, sino Sánchez.
Un escenario diferente
Tras el verano, el Ejecutivo afrontará un escenario completamente diferente al de los dos años anteriores. Con la mayor parte de la población inmunizada, la epidemia previsiblemente controlada, sin convocatorias electorales en ciernes y con parte de los fondos europeos de 140.000 millones de euros en el horizonte cercano, Pedro Sánchez podrá poner por fin en marcha un programa político en condiciones de relativa normalidad política, sanitaria y social.
La salida de Pablo Iglesias del Gobierno y esa desescalada de las tensiones que el Gobierno espera ver en Cataluña tras la concesión de los indultos (y la probable reforma en el Código Penal del delito de sedición) le deberían permitir a Pedro Sánchez afrontar los dos años que le restan de legislatura sin la presión que comporta la obligación de apagar a diario los incendios que generan los propios socios del PSOE.
Hasta ahí, las esperanzas. Es decir, la mejor de las opciones posibles.
Pero también podría darse un escenario bastante menos halagüeño para el presidente. Uno en el que los indultos no lograran reconducir al independentismo catalán hacia la senda de la lealtad institucional, en el que la economía no respondiera tan bien como espera el Gobierno o en el que los indultos provocaran una agitación social de difícil gestión.
Al presidente le espera además un proceso de primarias en Andalucía en el que, como ya hemos explicado en anteriores editoriales de EL ESPAÑOL, tiene poco a ganar y mucho a perder. Porque la combinación de unos indultos muy contestados y una victoria de Susana Díaz en esas primarias podrían alentar la contestación interna en el partido, con consecuencias imprevisibles.
Quién y cuándo
Todos los Gobiernos afrontan remodelaciones y cambios de carteras cuando su impulso político se agota y deben afrontar un escenario radicalmente diferente al anterior. Habitualmente, a mitad de legislatura.
Con más razón aún si, como ocurre en el caso del actual Gobierno, este ha pasado en apenas un año y medio por más crisis de las que otros gobiernos afrontan en dos legislaturas completas. Y ahí está la crisis fronteriza con Marruecos, la muy contestada Ley Celaá o las propias cuitas internas del Ejecutivo (entre PSOE y entre Podemos, pero también entre los propios ministros del PSOE) para demostrarlo.
Es obvio que la información publicada por EL ESPAÑOL ha provocado el temor en algunos ministros acerca de su futuro. Temor que apenas ha mitigado la nota de la Secretaría de Estado de Comunicación y en el que ha pesado también el habitual hermetismo del presidente del Gobierno. Pero nadie duda hoy de que esa remodelación está en marcha y de que el presidente ha empezado ya a barajar nombres.
La duda, en resumen, no es el qué, sino el quiénes y el cuándo.