Lo que Madrid no ha entendido de Cataluña (y que debería entender antes de que sea tarde)
"Un catalán es alguien que se ha pasado la vida siendo 100% español y le han dicho que tiene que ser otra cosa" (Josep Pla)
1. Lo primero que debe entender Madrid es que el problema catalán no tiene final. Porque llegada la independencia, el catalanismo continuaría exigiendo su diezmo a España con el pretexto del supuesto expolio histórico español a la nación catalana. El chantaje catalanista es el equivalente político de una hipoteca japonesa a 100 años. Sólo que en el caso catalán, cien años son apenas el periodo de carencia.
2. Madrid debe conocerse a sí misma. Y si su naturaleza históricamente sumisa con el fuerte (Cataluña y el País Vasco) y despótica con el débil (las Castillas y el sur de España) le lleva a ceder al chantaje del primer nacionalista que llama a su puerta, incluso sin motivos jurídicos, políticos o históricos que lo justifiquen, mejor no ponerse en la posición de deudor evitando tentaciones.
3. ¿Cede Madrid con Marruecos y no cedería con una hipotética Cataluña independiente? ¡Hasta entregaría Baleares y Valencia si lo exigiera el nacionalismo!
4. Lo segundo que debe entender Madrid es que el problema catalán no tiene solución. El que sí tiene solución es el problema madrileño. Y el problema madrileño consiste en creer que los catalanes son algo más que los andaluces, los extremeños y los gallegos. Es probable que haya más madrileños convencidos de la intrínseca superioridad de lo catalán sobre lo español que catalanes convencidos sinceramente de ello.
5. También debe entender Madrid que esa república federal que supuestamente acabaría con el problema catalán ya existe. Se llama Estado de las autonomías. Porque España es hoy, de facto, una república federal en todo excepto el nombre. Una república federal, eso sí, con todas las desventajas de las repúblicas federales, pero ninguna de sus ventajas.
6. Olvida Madrid, en cualquier caso, que un modelo federal sano exige dos elementos que no se dan en este caso. Responsabilidad y lealtad por parte de la región federada.
7. Pero no es eso lo que ofrece la Cataluña nacionalista. Su idea es otra: lo mío es mío y lo tuyo, mío al 50%. O dicho al revés. Mi deuda la pagas tú, que de los beneficios ya me encargo yo.
8. Lo que pide el nacionalismo catalán, en fin, es federalismo sin responsabilidad, deslealtad hacia el proyecto común, y ventajismo comercial y financiero a la china. Un pack insuperable. Federalismo para lo particular y centralismo para lo común. Le das esas condiciones a Haití y en dos décadas supera el PIB de Japón.
9. Lo que debe entender Madrid es que si esas tres condiciones (irresponsabilidad, deslealtad y ventajismo) son inaceptables para la Comunidad de Madrid, también deberían serlo para Cataluña.
10. Madrid debe entender también que no existe el catalanismo moderado porque el nacionalismo es una condición binaria. O se es nacionalista o se es demócrata. No existe el nacionalista-demócrata de la misma forma que no existe el vivo-muerto (salvo en las películas de zombis).
11. Es obvio que el objetivo de los indultos no es otro que garantizar dos años más en la Moncloa a la coalición gobernante y no el de asegurar la convivencia en Cataluña. Pero aún así, Madrid debería entender que esos indultos no serán interpretados por el nacionalismo como una prebenda (que es lo que son) sino como un insulto. Porque nada perdona menos un necio que el perdón.
12. Que no le quepa duda alguna a Madrid de que lo volverán a hacer. Y no porque lo hayan anunciado (eso son sólo bravuconadas), sino porque el nacionalismo catalán es una herramienta de obsolescencia programada que sólo puede simular esas dosis homeopáticas de epopeya histórica de las que se alimentan sus votantes escapando de forma permanente hacia delante.
13. Uno de los principales problemas de Madrid es que cree menos en España, incluso, que los propios nacionalistas catalanes. Probablemente sea esa la única percepción inteligente que ha tenido el catalanismo a lo largo de sus poco más de cien años de historia: la de la escasa fe del español en sí mismo.
14. Lo que Madrid ha de entender es que, para media Cataluña, un conflicto civil es un precio barato a pagar por su república catalana. En una región cuyo mayor hito histórico es una derrota que a duras penas alcanza categoría de nota a pie de página en los libros de historia europea, la sed de épica pasa por encima del mismo instinto de supervivencia.
15. A veces se caricaturiza a Cataluña como un niño caprichoso. Es incorrecto. La psicología del nacionalismo es más bien la de un adolescente.
16. El nacionalismo solía ser una ideología de ultraderecha. Hoy lo es de izquierdas (en Cataluña se supura xenofobia, identitarismo y desigualdad, pero de izquierdas, es decir, de la buena). ¿Cuál es el problema que se deriva de ello? Que en el nacionalismo catalán confluyen dos religiones, la del propio nacionalismo y la socialista. Y ese experimento genético con el ADN político de dos mesianismos laicos no ha dado jamás fruto sano alguno.
17. Cataluña es la isla del doctor Moreau de la política. Y por eso Madrid debería dejar de jugar a ser dios con las criaturas de la región, los Junqueras, Puigdemont y Aragonès, y permitir que la selección natural haga su trabajo. Lo mejor que le puede pasar a Cataluña es pasar por una larga y profunda decadencia cultural, económica y política que la devuelva al punto de partida. Es decir, a 1978, para retomar desde ahí el camino correcto junto al resto de España.
18. También convendría que Madrid entendiera que la prensa catalana no tiene mayor función que la de distorsionar la realidad de la región para que el timo de la estampita nacionalista cuele en los centros de poder de la capital. Pretender informarse de la realidad catalana leyendo a los periodistas nacionalistas catalanes es como pretender informarse de la realidad cubana leyendo el Pravda.
19. Madrid debería recordar cómo acabó el anterior indulto a un líder nacionalista catalán (de ERC, en 1934) que dio un golpe de Estado contra la democracia. Y no me refiero a la Guerra Civil, sino a la guerra que ese presidente desató en Cataluña, contra la misma República que lo había indultado, mientras esta luchaba contra el Bando Nacional. El nacionalismo lleva la traición a la democracia en su ADN.
20. Para el nacionalismo, como para el resto de populismos españoles, la democracia no es un fin en sí mismo, sino una herramienta para un fin: la república independiente parasitaria de su antigua metrópolis. Y como todas las herramientas, será desechada cuando haya cumplido su función y sustituida por un régimen seudodemocrático a la argentina.
21. Lo que Madrid debe entender, en fin, es que el problema lo tiene Madrid, no Cataluña, y que el nacionalismo sólo tiene un motor, mucho menos emocional de lo que se supone: el dinero. Sin ese dinero, el nacionalismo se disolvería como un azucarillo hasta caer en la irrelevancia romántica. A fin de cuentas, nadie pide que Madrid trate a Cataluña como si fuera el enemigo. Sólo hace falta que Madrid la trate como trata a sus amigos. A amigos como Extremadura, por ejemplo y sin ir más lejos.