Pese a la advertencia de la sabiduría popular, es irresistible el impulso que muchos sienten de vender pieles de oso antes de haber abatido al plantígrado portador. Si ya forma parte de un atávico automatismo de la mente humana el anticipar sucesos favorables, la tendencia se incrementa desde que contamos con mercados de futuros, ya saben, esas plazas en las que cotizan y se negocian las expectativas, con pingüe ganancia de los de siempre: los astutos intermediarios que cargan un porcentaje de comisión en cada una de las transacciones que se cierran.
Que el vendedor o el comprador de futuribles gane o pierda ya es asunto sometido a la incertidumbre. Y si uno se aficiona en exceso a comprar o vender sin un análisis suficiente pellejos todavía no arrancados el quebranto es prácticamente seguro.
Viene al caso la reflexión al constatar cómo muchos, dando ya por amortizados al presidente del Gobierno y a su partido, se aplican a planificar un futuro sin ellos y en manos de aspirantes que hoy por hoy sólo son eso y que, sin embargo, de unos días a esta parte, se comportan con soltura de triunfadores. No está de más recordarles que todo lo que ha sucedido, por ahora, es que han retenido un Gobierno autonómico que ya tenían, y que hay una serie de encuestas que reflejan una coyuntura adversa a un gobernante que aún dispone de un par de años de maniobra.
Los factores que explican ese contratiempo demoscópico son tan evidentes como reversibles. Una gestión de la pandemia en ocasiones confusa y oportunista (como la han hecho todos los que han tenido alguna responsabilidad de ese tipo), una apuesta por la comunicación política en detrimento de la política con mayúsculas, un gabinete hipertrófico y mal cosido y, como guinda, un indulto que expone indeseablemente las amistades peligrosas con los enemigos declarados y contumaces del país, en las que se cifra buena parte de las perspectivas de futuro.
Si al cóctel se suma una crisis de impredecible desarrollo con uno de nuestros tres vecinos, parece, es cierto, una dosis de plomo que impediría alzar el vuelo a cualquiera. La cuestión es que no se trata de cualquiera, sino de alguien que ya conoce lo que es que te den por muerto y remontarlo, de un país complejo donde los diagnósticos simplistas tienden a fracasar y de unos vendedores de pieles con un pasado embarazoso y propensión a cometer los peores errores estratégicos en el peor momento.
Si el interesado conserva la mente fría, casi todo se puede enderezar. Los errores de gestión pandémica se valorarán desde un momento favorable, con la vacunación ya completa, y la foto final de España no será la peor del mundo ni la peor de Europa. Las frivolidades propagandísticas generan chascarrillos a corto plazo, que se pueden desactivar con una gestión sensata de las oportunidades que abren tanto la recuperación económica como los fondos europeos. El gabinete puede no sólo remodelarse, sino ponerse patas arriba: con ambición por parte del que lo dirige, y recabando nuevos y mejores mimbres, bien se puede despachar a un fulminante y conveniente olvido a los ya carbonizados.
Y en cuanto a lo más espinoso, el indulto y la complicidad con quienes mañana, tarde y noche siguen complaciéndose en despreciar al país cuyo pasaporte usan, todo depende de cómo se haga y resulte. Se advierte ya en el tono de las declaraciones gubernamentales la conciencia de que ha de hilarse fino, para lograr a la vez el efecto de la liberación de los presos (que los desactiva como mártires) y un mensaje de rigor y de exigencia de gestos y lealtad, así sean los gestos falaces y la lealtad exigua de que son capaces los agraciados. Y si resulta que alguno de ellos se aviene a cooperar, quizá alguien se tope con la sorpresa de comprobar que la piel que vendió continúa adherida al oso.