Días después de firmar una carta esperanzadora, Oriol Junqueras se desmarca y califica los indultos como un "triunfo" arrancado y la prueba manifiesta de las "debilidades de los aparatos del Estado".
La declaración ha llegado un día antes de que el presidente del Gobierno escenifique en el Liceo barcelonés su apuesta por el indulto de los presos del procés como un gesto de concordia y una decisión de utilidad pública.
Pedro Sánchez estará solo en el acto, entonando el aria del perdón con el público equivocado. No asistirá ningún miembro del Ejecutivo de Pere Aragonès. No asistirá, tampoco, la presidenta del Parlament, Laura Borràs.
Y en el teatro se oirá el vocerío de los manifestantes de la ANC, emplazados en el mismo umbral, que tildan el evento de "espectáculo propagandístico". Seguro que explotarán el victimismo ante la España opresora cual coro de los esclavos de Nabucco. Su campaña está respaldada por Òmnium Cultural, la organización de Jordi Cuixart, que recogerá firmas por la amnistía.
De modo que, con esta apuesta, Pedro Sánchez pone su futuro en juego. Porque ya no tiene sólo a la mayoría social y al resto de los partidos constitucionalistas en contra, sino también a los beneficiarios de la medida.
El lugar adecuado
Mientras el Gobierno se esfuerza por encontrar gestos en el independentismo, el independentismo se esfuerza por ignorar los de Moncloa. La serie declarativa de los líderes del procés no acaba en Junqueras.
Cuixart, uno de los beneficiados, despreció los indultos, reiteró que "la lucha sigue" y aventuró que son "el preludio de la derrota" de España en los tribunales europeos.
Al tiempo, el vicepresidente del Govern, Jordi Puigneró, visitó a Carles Puigdemont en Waterloo y exigió la inmunidad del líder fugado. De la mano, en una fotografía que revela la bicefalia política de Cataluña, exhortaron a Pedro Sánchez a defender los indultos en el Parlament, sin perder la ocasión para la mofa: "Al Liceo se va a escuchar ópera".
Si bien es cierto que el Liceo no es el lugar para abordar los indultos, tampoco lo es el Parlamento catalán. En EL ESPAÑOL defendimos que el lugar adecuado es el Congreso de los Diputados, con tiempo ilimitado y en un pleno monográfico, de manera que se escuchen los argumentos de unos y otros para apoyarlos o rechazarlos.
Una vía descartada por Sánchez, que asistirá al Congreso con los indultos ya aprobados.
Establecer límites
Ante las burlas y desprecios del independentismo, el Gobierno español debe defender la dignidad de las instituciones. El ministro de Transportes, José Luis Ábalos, se ha mostrado contundente en este sentido: "Si lo vuelven a hacer, el Estado de derecho ha demostrado fortaleza para no permitirlo una vez y, por supuesto, para no permitirlo la segunda".
Es cierto que se han producido gestos dentro del independentismo. La carta de Junqueras no es el único. Hay que tener en consideración el discurso de investidura de Aragonès, que reconoció la imposibilidad de la unilateralidad.
Pero no se puede pasar por alto el desafío constante al que los separatistas someten al Estado. Sobre todo cuando el Gobierno sostiene que valora la voluntad de los líderes independentistas de iniciar una etapa de conciliación y concordia a la hora de aplicar la medida de gracia.
Nada más lejos de la realidad. Las nuevas declaraciones sólo alimentan la división y la discordia. Y si siguen por este camino, el Gobierno debe replantear su estrategia.
Puede que las quejas de los independentistas no sean más que aspavientos y farfolla. Que las acusaciones de debilidad no sean otra cosa que una cortina de humo para ocultar la debilidad propia.
Pero queda fuera de toda duda que son suficientes para dejar en evidencia una operación que abandona a Sánchez a su suerte, sin coro. El tiempo dictaminará si con gallos.