La revolución acometida por Pedro Sánchez ha optado por la ligereza en detrimento del peso político. Las nuevas incorporaciones del presidente al Consejo de Ministros atienden a la etiqueta de jóvenes promesas, desconocidas para el español medio. Aunque hay eso sí excepciones consistentes y acreditadas como Félix Bolaños, José Manuel Albares o Pilar Llop.
De tal revolución se desprenden dos conclusiones. La primera, que la política no hace prisioneros. Al presidente del Gobierno no le ha temblado el pulso a la hora de despojarse de algunos incondicionales que le acompañaron en su ascenso a la cumbre.
Como publicamos hoy en EL ESPAÑOL, Sánchez llegó a pedir opinión a José Luis Ábalos sobre los cambios que preparaba. Pero eludió comunicarle su salida.
La segunda, que la maquinaria de los partidos nunca descansa. Una maquinaria controlada por políticos que viven del único oficio que conocen y que recelan del intrusismo de aquellos profesionales curtidos en tierras lejanas a las moquetas de Ferraz, como demuestra el despido del extodopoderoso jefe de gabinete Iván Redondo.
Llegados a este punto, y con la resaca de los cambios a cuestas, la arriesgada apuesta de Pedro Sánchez plantea una pregunta crucial. ¿En qué se va a convertir el PSOE tras la nueva metamorfosis de Sánchez?
Sin perdón
Con una renovación que lo modifica casi todo, Sánchez abandona a su suerte a quienes le acompañaron en la salud y en la enfermedad. José Luis Ábalos, Carmen Calvo e Iván Redondo fueron esenciales para que Sánchez ganara las primarias del PSOE, para que fructificara la moción de censura a Mariano Rajoy y para que se produjese la alianza con Podemos.
También fueron ellos quienes acataron sus decisiones y defendieron en el disparadero público medidas tan espinosas como el indulto a los presos del procés o la Ley Trans.
Sin embargo, Sánchez ha atado el porvenir de sus escuderos a las vías del tren para introducir en el Ejecutivo rostros jóvenes que no parecen escogidos tanto para la gestión del presente como para la supervivencia en el futuro.
Esto es, con la mirada puesta en las próximas elecciones generales y en la conservación del pedrismo en un escenario en el que emerge con fuerza la derecha.
Sin intrusos
Como contamos en EL ESPAÑOL, Ábalos ha tomado la decisión de renunciar a la secretaría de organización del PSOE. La primera consecuencia de su adiós es el inicio de una batalla por el testigo en la que Adriana Lastra, fiel a Sánchez y con un currículum made in PSOE, parte con ventaja.
El perfil de Lastra responde a un patrón. Un patrón al que también se ajusta Óscar López. Si bien el nuevo jefe de gabinete puede presumir de una larga trayectoria en la política y de su trabajo junto a José Blanco y Alfredo Pérez Rubalcaba, no se le conoce otra carrera fuera de la política que su gestión en la empresa pública Paradores.
El sustituto escogido para Iván Redondo evidencia que Sánchez pretende reconciliarse con su partido, enviando un mensaje claro al corazón de Ferraz. Y que la política puede cobrarse el puesto de cualquiera. Salvo el de uno mismo.
No porque el presidente no sea "una buena persona", como dijo exageradamente ayer Pablo Casado, tal vez para no verse eclipsado por Isabel Díaz Ayuso. Más bien porque la política tiene su propia naturaleza, y Sánchez la abraza hasta sus últimas consecuencias.