Acierta Pablo Casado al renunciar a la celebración de las cenas navideñas del Partido Popular, tanto en la capital como en el resto del país. Por más que Isabel Díaz Ayuso critique la decisión (“nunca he estado a favor de las restricciones ni las cancelaciones”) y cuestione el criterio sanitario para hacerlo, hay una realidad innegable: vuelven a morir decenas de personas cada día por el coronavirus en nuestro país -58 las últimas 24 horas- y la incidencia acumulada ya está en los 412 casos por cada 100.000 habitantes. Muy cerca del riego alto.
Se equivoca la presidenta madrileña, además, al añadir que es una decisión que atropella los intereses del sector de la hostelería. Es cierto que las medidas implantadas por ella durante la pandemia, menos severas que en la mayor parte de España, han sido positivas en líneas generales. Han ayudado, y no es poco, a mantener con pulso la actividad económica.
Pero parece evidente que, a las puertas de una nueva ola y con la aparición de la muy contagiosa variante ómicron, promover las cenas multitudinarias de compañeros de trabajo no es la idea más responsable ni la más acertada, como han comprendido incontables empresas que han seguido el mismo camino que el PP. Tampoco, a la larga, para los hosteleros a los que asegura defender Ayuso.
A menos de dos semanas del comienzo de las Navidades, y con el trauma tan cercano de los festejos familiares marcados por las restricciones, sería una enorme imprudencia vendarse los ojos ante la realidad.
Prudencia
Si algo nos ha enseñado esta pandemia es que, cuando la gráfica de contagios apunta hacia arriba, el virus se vuelve prácticamente incontrolable.
Los datos que nos llegan sobre ómicron obligan a la cautela. Si bien parece una variante menos agresiva, esquiva con más agilidad las defensas creadas por las vacunas y se multiplica con más facilidad que la cepa india o británica, lo que puede derivar en colapsos hospitalarios.
Que ómicron genere un porcentaje menor de cuadros graves de Covid no quiere decir que no pueda provocar más ingresados en términos absolutos.
Es más fácil predecir dónde comienza la ola que dónde y cómo acaba. Y en estos momentos, como recomiendan las autoridades sanitarias, es necesario extremar la prudencia y tomar medidas personales y colectivas que son sinónimo de éxito. Sobre todo, el uso de mascarilla en espacios cerrados o con mala ventilación y la vacunación masiva.
Responsabilidad
La prioridad debe pasar por seguir estas instrucciones. Por animar a la vacunación a quienes todavía no están inmunizados y por inocular la tercera dosis, lo antes posible, a todos los ciudadanos.
La decisión de Casado es la correcta, máxime cuando los políticos tienen que predicar con el ejemplo. Ni España ni los españoles deben caer en una precipitación que puede echar por tierra el esfuerzo y sacrificio de casi dos años.
Una cosa es respaldar a los hosteleros y mantener los bares y restaurantes abiertos, sin las restricciones de meses atrás y otra muy distinta recomendar la celebración de encuentros multitudinarios que disparan el riesgo y el retorno a indeseables escenas del pasado. No puede haber libertad sin responsabilidad.