El rigorismo religioso en el que los talibanes han sumido a Afganistán alcanzó ayer nuevas cotas de barbarie. El Ministerio de Propagación de la Virtud y Prevención del Vicio aprobó este sábado una orden pública para obligar a todas las mujeres a llevar el velo islámico en público.
La recuperación de la obligatoriedad del burka veinte años después acaba de un plumazo con dos décadas de avances sociales para las mujeres, que se han convertido en las principales víctimas del régimen de terror talibán. Desde que los fundamentalistas islámicos volvieron al poder el pasado agosto los derechos de las afganas han sido reducidos a su mínima expresión.
En un mundo cada vez más concienciado en materia de igualdad de género, resultan aún más oprobiosos si cabe los niveles de humillación e inhumanidad a los que el integrismo islámico está sometiendo a las mujeres. Nada queda de aquel compromiso (por lo demás poco creíble desde el principio) con el que el portavoz de los talibanes prometió que "respetarían los derechos de las mujeres en el marco del islam".
No ha habido ni un remoto atisbo de aperturismo desde que los talibanes se hicieron con el control de Afganistán. Los integristas sustituyeron el Ministerio de la Mujer por el de la Prevención del Vicio y conformaron un gobierno exclusivamente masculino. A partir de ahí todo han sido restricciones a la libertad de circulación, reunión y expresión de las mujeres.
Sumisión y reclusión
La inflexible interpretación del islam que la teocracia afgana ha impuesto con la sharía alcanza a decisiones como las de prohibir a las niñas asistir al colegio. También afecta a la segregación por sexos de los parques o la prohibición de trabajar y salir de casa sin la compañía de un familiar varón.
La reintroducción de la obligatoriedad del burka en espacios públicos (que se ha justificado por la necesidad de "evitar provocaciones") supone un paso más en la invisibilización de las mujeres que el fundamentalismo talibán persigue para Afganistán. No cejarán en su empeño de esclavizar y oprimir a las afganas hasta lograr su completa exclusión de la vida pública y su reclusión al ámbito doméstico.
El inflexible imperio de la ley islámica atenta contra los valores de dignidad humana más elementales. Los talibanes están llevando a Afganistán a una involución acelerada que no sólo implica abolir veinte años de conquistas sociales para las mujeres. La sumisión total de las afganas supone prácticamente un retroceso de un siglo, para un país en el que las mujeres ya podían votar e ir a la escuela en 1921.
El futuro de las mujeres en Afganistán se presenta muy oscuro. La comunidad internacional debe estar junto a las afganas, que han venido protestando en las calles de Kabul contra la cercenación de sus derechos fundamentales.
Una labor de concienciación, apoyo y coordinación internacional de la que todos deberíamos responsabilizarnos. Y que puede venir, en gran medida, a través de la pequeña ventana de libertad que las redes sociales son capaces de abrir hasta en las tiranías más implacables.