Ayer un nuevo operario municipal de limpieza sufrió un golpe de calor mientras trabajaba en la calle. Se encuentra en estado grave, y es el segundo barrendero en una semana hospitalizado por esta circunstancia. El primero, desgraciadamente, perdió la vida.
La muerte de José Antonio González, juntamente con la de un trabajador de Móstoles que falleció el viernes pasado cuando la nave en la que trabajaba alcanzó 46 grados, se suman a las 679 víctimas que el Instituto de Salud Carlos III atribuye a esta segunda ola de calor.
Debe tenerse en cuenta, como ha aclarado la ministra de Sanidad, que el dato de muertes imputables al calor son estimaciones de los excesos de mortalidad, y no registros de defunción como tal.
Pero esto no justifica restarle importancia al problema de salud pública que entraña el aumento de mortandad asociado a las cada vez más intensas, precoces, frecuentes y duraderas olas de calor.
Nos esperan años de temperaturas cada vez más extremas en un planeta que se calienta. Por eso, es impostergable que las divisiones de prevención de riesgos laborales de las empresas y las administraciones se adapten para que sus trabajadores puedan hacer frente a periodos de exceso de calor recurrentes y continuados en los veranos por venir.
Nuevos protocolos
El caso del barrendero de Madrid parece, al menos, haber servido para concienciar de lo intolerable que resulta tener a un empleado trabajando en la calle a pleno sol en las horas de más calor. Algunos sindicatos como UGT o CCOO exigen que las empresas contratistas del Ayuntamiento de Madrid que se encargan de los servicios de limpieza desarrollen protocolos de prevención de riesgos laborales.
Protocolos que, por ejemplo, les permitan cambiar los recorridos establecidos para sortear las calles donde azote más el sol. O sustituir el actual equipamiento de poliéster, que no permite una correcta transpiración, algo que puede ser mortal para un trabajo tan físico como el de un operario de limpieza.
Otra medida debería ser la flexibilización horaria, con una reestructuración de los turnos para que en los trabajos al aire libre los empleados no tengan que estar expuestos durante las horas centrales del día.
A nivel nacional, los sindicatos han exigido también que las altas temperaturas sean consideradas un riesgo laboral. Porque la Ley de Riesgos Laborales no hace mención explícita al calor, y sólo prevé una horquilla de temperaturas permitidas para espacios interiores. Pero, como defienden los portavoces sindicales, los planes de riesgos laborales de las empresas deberían contemplar el calor como un factor de riesgo más, y también para los trabajos en plena calle.
El Gobierno y las comunidades autónomas, a través de inspecciones de trabajo, habrán de actuar con más celo y contundencia para asegurarse de que las empresas no someten a sus trabajadores a condiciones laborales inhumanas. Y, en un escenario de calentamiento global, es preceptivo que los planes de prevención se amplíen para prever el riesgo por condiciones climatológicas. La exposición a altas temperaturas debe incluirse como un riesgo más derivado de la actividad profesional.