Es difícil desligar el ataque ruso contra la estación de tren de Chaplyne en la región de Dnipropetrovsk que dejó ayer 22 muertos y 50 heridos con las exigencias de venganza que varios líderes políticos, mediáticos y empresariales rusos dirigieron este martes a Vladímir Putin a raíz del asesinato de Darya Dugina, la hija del filósofo Aleksandr Dugin, en un atentado terrorista con coche bomba en la región de Moscú.
Aunque el Kremlin no ha dado todavía pruebas de que el asesinato de Dugina fuera diseñado y ejecutado por sicarios del régimen de Kiev (la atribución del asesinato a una supuesta integrante del batallón Azov no ha sido reconocido como creíble por ninguna potencia occidental), el hecho de que hoy se celebrara el Día de la Independencia de Ucrania hacía prever que el Kremlin aprovecharía para responder de forma brutal.
Desgraciadamente, así ha sido. Un misil ruso ha provocado una masacre de civiles, la más sangrienta desde que el pasado mes de abril un proyectil ruso impactara en otra estación de tren ucraniana, matando a 50 personas.
"Los servicios de rescate siguen trabajando", ha dicho el presidente ucraniano Volodímir Zelenski, "así que es probable que el número de muertos siga creciendo".
Salvajismo del Kremlin
La elección de una segunda estación de tren como objetivo de los misiles rusos no es casual y demuestra el salvajismo de un Kremlin que sigue mostrando tan poca humanidad con los civiles ucranianos como con sus propios soldados.
Pocas horas antes del ataque contra la estación de tren, otro misil había impactado en una casa de la misma zona, aunque los dos niños que estaban en ese momento en su interior lograron escapar con vida de ella.
Hay que tener en cuenta que los trenes ucranianos son los que permiten a miles de ciudadanos escapar de las zonas de conflicto. También abastecen las ciudades con la ayuda humanitaria esencial para la supervivencia de aquellos que no pueden escapar de ellas.
Victoria total en Ucrania
Golpear por segunda vez una infraestructura civil abarrotada de ciudadanos no tiene otro objetivo que aterrorizar a la población ucraniana y agotar su resistencia psicológica frente a una guerra que ha llegado ya a su medio año de vida.
Quizá, también, provocar fisuras en el apoyo a Zelenski que le obliguen a negociar una tregua o una paz beneficiosa para el Kremlin.
El asesinato de civiles que no suponen una amenaza para el ejército invasor manda también un mensaje contundente a Kiev: siempre existe margen para que el Kremlin incremente la intensidad y la crueldad de la guerra. Un mensaje dirigido a Zelenski, por supuesto, pero también a aquellos que en Rusia claman hoy por una "victoria total".
Convertida en una guerra de resistencia pueblo a pueblo, la invasión de Ucrania amenaza con degenerar en un conflicto de largo recorrido enquistado en el corazón de Europa. En ese escenario, Putin, convertido ya de forma definitiva en el mayor tirano del siglo XXI, tiene más a ganar que Zelenski.
Pero, sobre todo, tiene mayor margen de acción. Porque si Putin debe convertir a 44 millones de ucranianos en objetivos de guerra legítimos, lo hará sin mayores remordimientos morales. Un lujo, el de la barbarie, que Zelenski no puede permitirse.