La visita de este martes de Pedro Sánchez a Alemania se saldó con la reafirmación de Olaf Scholz de su apoyo a retomar la construcción del gasoducto Midcat. El presidente del Gobierno y el canciller alemán hacen así frente común ante Emmanuel Macron, quien hasta ahora había vetado la conexión gasística por el corredor ibérico.
El Gobierno francés, sin embargo, matizó ayer mismo su postura, tras la insistencia de España y Alemania en la pertinencia del proyecto. De argumentar que el gasoducto no serviría para hacer frente a la crisis desatada a raíz de la guerra de Ucrania, Francia ha pasado a asegurar que "examinará la demanda" conjunta de Sánchez y Scholz.
La posición que ha sostenido Francia hasta ahora resulta incomprensible, en una coyuntura de precios de la energía exorbitados y un horizonte desposeído del suministro ruso. Y se explica aún menos teniendo en cuenta que la Unión Europea (UE) se ha mostrado abierta a contribuir en la financiación del proyecto, para que España y Francia no tengan que hacer frente a todos los gastos.
El país galo no puede ser la piedra en el zapato de una UE que se está esforzando por paliar la dependencia de la energía rusa del modelo energético comunitario. Un modelo erróneamente planteado en su día que no se había preocupado por diversificar los proveedores. Enmendar este error pasa necesariamente por mejorar las deficientes y escasísimas interconexiones entre la Península Ibérica y Europa.
Argumentos falaces
Los argumentos de Francia para obstaculizar la construcción del Midcat no se sostienen. Cuando el proyecto se frenó en 2019, aún podían tener sentido las críticas a los elevados costes del proyecto y a su falta de rentabilidad.
Pero la crisis energética desatada por la guerra ha cambiado radicalmente el escenario. La urgencia es ahora poder prescindir y reemplazar los combustibles fósiles rusos, para lo que la Unión está impulsando la estrategia RePowerEU. Una hoja de ruta que combina la inversión en renovables, el ahorro energético y la diversificación de suministros.
Tampoco tienen justificación los argumentos franceses sobre el alto impacto ambiental del Midcat. ¿Por qué ignoran que los gasoductos estarán preparados para el transporte del prometedor y limpio hidrógeno verde? E, incluso pasando de perfil por este hecho, ¿acaso es preferible la reactivación de las mucho más contaminantes centrales de carbón, como ha tenido que hacer Alemania para compensar la escasez de gas?
Poco fundado está también el pretexto de que el corredor transpirenaico tardaría muchos años en estar operativo. El Midcat sigue siendo la mejor de las opciones. La opción francesa de las plantas de regasificación tendría prácticamente los mismos plazos y costes. Y la alternativa española del gasoducto submarino hacia Italia requeriría una obra de ingeniería aún más tortuosa.
Antes Scholz que Macron
Es de celebrar que Scholz haya enmendado la ortodoxia de la política energética de su predecesora, Angela Merkel, y que se preste a reformar el mercado eléctrico a cuya remodelación se había negado hasta ahora. Porque el canciller también se ha mostrado abierto a desacoplar el precio del gas del precio de la electricidad, como contemplaba la excepción ibérica.
Precisamente las demandas de España y Portugal de intervenir el mercado eléctrico generaron unas tiranteces en el seno de la UE entre Berlín y Madrid que se agravaron cuando nuestro país rechazó acatar el recorte del 15% del gas que pretendía imponer la Comisión.
Por eso, el frente común Sánchez-Scholz y la excepcional invitación al presidente español a una reunión del Gobierno germano evidencian que España ha encontrado un poderoso aliado en Alemania.
En los últimos años, había sido con Macron con quien Sánchez había demostrado una sintonía rayana en lo fraternal. Pero el Gobierno se ha desengañado de la apariencia de innegociable europeísmo de la que presumía el país vecino. Porque lo cierto es que Francia, en este asunto, venía a probar que antepone por sistema la protección a toda costa de sus supuestos intereses al bienestar y la prosperidad del conjunto de la Unión.
Ni siquiera las voces alemanas que alertan de la crisis económica más grave desde la Segunda Guerra Mundial parecían persuadir a Francia de que la solidaridad comunitaria no representa un perjuicio para la economía gala, sino la única forma de evitar una recesión europea que no sería ajena a París. De ahí que el Midcat, en fin, ponga a prueba los límites del compromiso de Francia con la UE.