Antes de la ceremonia de inauguración del Mundial de Catar, el músico colombiano Maluma se retiró de una entrevista incomodado por las preguntas sobre la moralidad de celebrar el campeonato en una dictadura donde se vulneran por sistema los derechos humanos. Donde murieron miles de trabajadores en condiciones esclavistas en las construcciones de los estadios. Donde la homosexualidad está penada. Donde las mujeres tienen que pedir permiso a su padre, marido o hermano para subirse a un taxi.
La respuesta del cantante provocó un rechazo unánime. Dijo que eso es algo que él "no va a resolver" y que se limitaría a "celebrar la fiesta del fútbol". El espíritu del mensaje es, en el fondo, el mismo que suscriben todos los equipos y federaciones que participan en este evento que el Estado árabe utiliza para limpiar su imagen en el mundo.
Sorprende que, una vez tapados ojos y oídos ante los tejemanejes de la FIFA y la tiranía de Catar, las selecciones occidentales no tuvieran el decoro mínimo de trasladar siquiera mensajes de apoyo a los ciudadanos reprimidos por el régimen con el que colaboran.
Uno de los gestos más esperados era el del brazalete de capitán de Inglaterra. Tenía que llevar una inscripción (one love, "un solo amor") y los colores de la bandera LGTB. Se esperaba que otras selecciones europeas, como Países Bajos, replicaran el ejemplo. La FIFA advirtió de que quien se prestara a esta manifestación sería reprendido, y de que el capitán recibiría una tarjeta amarilla conforme se iniciara el partido.
Parece un castigo muy pequeño a cambio de un gesto muy grande para cientos de miles de homosexuales, bisexuales y transexuales del mundo árabe. Pero bastó para que los europeos se echaran atrás.
A lo que sí accedió Inglaterra es a hincar la rodilla antes del comienzo del partido contra Irán, una acción que defiende la idea de que el racismo es sistemático en Occidente. A cambio, se negaron a mostrar empatía o admiración por las mujeres iraníes.
A riesgo de un castigo muy superior a una simple amonestación deportiva, los futbolistas de Irán sí mostraron un coraje que el dinero no puede comprar. Se negaron a cantar el himno de su país como protesta contra la violencia policial que se ha cobrado cientos de vidas en las últimas semanas en Irán, desde la muerte de Mahsa Amani.
Pero la protesta no se limitó al terreno de juego. El capitán Ehsan Hajsafi, lejos de amilanarse en rueda de prensa, ante los ojos del mundo y de los mulás, especificó en rueda de prensa que son "solidarios" con su pueblo: "La gente tiene que saber que estamos con ellos y que los apoyamos".
A conciencia del riesgo que supone para ellos mismos y para sus familias, los futbolistas iraníes asumieron su compromiso con una causa justa. Lo hicieron, en fin, por la libertad y la dignidad de sus compatriotas.
Su valentía contrasta con la cobardía de Occidente. Los valores no están sólo para reivindicarlos con la palabra, sino para promoverlos con los hechos. Ojalá alguien se atreva a desafiar a una FIFA vendida al mejor postor. Si los occidentales pretenden ser coherentes con su discurso y redimir sus pecados, como el de acceder a un Mundial en Rusia en 2018 y a otro en Catar en 2022, tendrán que comenzar a aplicarse sus propios criterios morales.