"La modestia es la mayor de mis muchas virtudes" dijo en 2014 el escritor Félix de Azúa al recibir el Premio Internacional de Ensayo Caballero Bonald. La frase parece haber sido interiorizada por el presidente, que ayer lunes afirmó, durante un acto de homenaje a Almudena Grandes en el Ateneo de Madrid, que "una de las cosas por las que pasaré a la historia es por haber exhumado a Franco del Valle de los Caídos".
La frase da la razón a aquellos que critican el narcisismo del presidente. Un rasgo no precisamente ausente en anteriores presidentes, salvo quizá en el caso de José Luis Rodríguez Zapatero, pero que rozó ayer la soberbia.
Que los presidentes españoles de la democracia pasarán a la historia es una obviedad. Lo raro sería que no merecieran siquiera una nota a pie de página en las enciclopedias. La cuestión es cómo lo harán. Porque no es lo mismo pasar a la historia como han pasado Fernando VII o Felipe III que como lo ha hecho Carlos III.
Cuando el rey Felipe VI conminó de forma simpática a la princesa Leonor a "no aplaudirse a sí misma" durante la entrega de los Premios Princesa de Asturias de este año no le estaba dando una lección de encorsetado protocolo, sino de elemental saber estar. Pero el presidente se aplaudió ayer a sí mismo en el homenaje a Almudena Grandes, aludiendo a la exhumación de Franco como "uno" de los muchos motivos que, en su opinión, justifican la inscripción de su nombre en el mármol de la Historia.
Dejando de lado la inoportunidad de loarse a sí mismo en el homenaje a un tercero, una descortesía similar a la de la invitada a una boda que decide vestirse de blanco, lo llamativo es que un presidente que ha basado buena parte de su relato de gobierno en la idea de la construcción de la España del futuro, de la lucha contra el cambio climático, de la multilateralidad y del avance en derechos y libertades, deba recurrir a la exhumación de Franco para justificar algo que, en cualquier caso, no depende de él.
Porque serán los historiadores del futuro los que decidan cuáles son los motivos por los que Pedro Sánchez sea recordado. Como personaje polarizador que es, el presidente contará, con total seguridad, con tantos detractores como simpatizantes. Y ambos pondrán el acento en aquellos aspectos de su acción de gobierno que han tenido, según su criterio, mayor trascendencia en el devenir de España.
Sánchez jugaba en casa en el homenaje a Almudena Grandes. Y su frase, como es evidente, parece destinada a agradar a los incondicionales que ayer abarrotaban el Ateneo de Madrid. El presidente conoce a los suyos y sabe hasta dónde puede forzar el culto a su persona. Pero no parece que la exhumación de un dictador que llegó al poder hace casi un siglo, es decir el traslado de unos huesos de un cementerio a otro, sea el hito por el que un presidente querría o debería ser recordado.