Como viene siendo habitual durante la última legislatura, el Congreso de los Diputados se volvió a convertir ayer miércoles en ese escenario bronco en el que el populismo tan bien se desenvuelve. En esta ocasión, la protagonista fue la ministra de Igualdad, Irene Montero, que acusó al PP de promover lo que ella llama "la cultura de la violación". Una frase que fue luego afeada por el portavoz del PSOE Patxi López.
Lo de menos es que lo que Montero llama "cultura de la violación" no exista en ningún rincón del planeta. Como demuestra la lista de rasgos universales humanos elaborada por el antropólogo americano Donald E. Brown, la violación es condenada y considerada como un crimen por todas las culturas del planeta. En sentido estricto, existen violadores y existen violaciones, pero no existe ninguna "cultura de la violación" amparada o "promovida" socialmente en el sentido que fantasea la ministra de Igualdad.
Las palabras de Irene Montero, militante de un partido que ha convertido en costumbre llamar "fascistas" o "ultraderechistas" a PP, Vox e incluso Ciudadanos, serán borradas del diario de sesiones por Meritxell Batet, como informa hoy EL ESPAÑOL, de la misma forma que fue borrada la palabra "filoterrorista" pronunciada este martes por una diputada de Vox en referencia a EH Bildu. Ese borrado es meramente simbólico (las palabras siguen constando en acta, aunque entre paréntesis y con un asterisco que indica, al final de la hoja, que han sido "retiradas"), pero incluso esa anotación edulcora en cierta manera la realidad.
A diferencia sin embargo de lo ocurrido el martes, cuando la diputada de Vox Patricia Rueda fue expulsada del Congreso, ayer Batet se limitó a pedirle "contención" y "respeto" a Irene Montero. En respuesta, Santiago Abascal repitió varias veces la acusación de filoterroristas en referencia a EH Bildu.
Que el Congreso de los Diputados debería ser un espacio para el debate civilizado, pero sobre todo adulto, en vez de un escenario para la exhibición de las groserías de aquellos diputados que tienen más a ganar que a perder en el fango de los improperios es una obviedad.
Nadie le pide a los diputados una exquisita contención lindante con la virtud mariana, y ahí están los diarios de sesiones para recordar las ironías, los sarcasmos y los dardos dialécticos que los mejores oradores de estos más de 40 años de democracia han dedicado a sus rivales en el Congreso de los Diputados. Algunos de ellos, por cierto, de muy elevada calidad literaria.
Pero que la descalificación radical del contrario, e incluso la negación de su misma humanidad (¿qué otra cosa es la acusación de "promover la cultura de la violación" si no la negación de la humanidad de los diputados del centroderecha?), se haya convertido en la norma de comportamiento por defecto de la política española nos retrotrae a tiempos felizmente superados por la democracia en nuestro país.
Lo que es indefendible, en cualquier caso, es que Batet se convierta en una suerte de redactora jefe del diario de sesiones censurando unas expresiones y no otras en función de los intereses del partido al que pertenece o de la conveniencia política del momento. La presidenta del Congreso no está para elaborar una compleja taxonomía de insultos, exabruptos y calificativos. Mucho menos para decidir en función de criterios tan vaporosos como incoherentes cuáles deben acceder sin tacha al diario de sesiones y cuáles no.
Si en el Congreso se ha dicho que Pablo Iglesias es el hijo de un terrorista, esa frase debe constar en el diario de sesiones sin anotaciones ni acotaciones. Y lo mismo vale para términos como "ultraderecha", "nazis", "comunistas", "filoetarras" o "promotores de la cultura de la violación". Para bien o para mal, esas palabras deben aparecer en la memoria escrita y audiovisual del Parlamento español porque lo contrario equivale a permitir que se manipule la historia y se transmita a los historiadores del futuro una versión edulcorada, artificiosa y falsa de la realidad de la España de 2022.
Si esto es lo que los españoles somos hoy, tras cuatro años de gobierno del PSOE con Unidas Podemos, ERC, Más País, Compromís, BNG y EH Bildu, y tantos otros de oposición de Ciudadanos, PP y Vox, que el diario de sesiones deje constancia, sin enmiendas, de a qué profundidades dialécticas se descendió durante los años oscuros del populismo.