Ya antes del comienzo de la guerra de Ucrania, los analistas popularizaron el concepto de "guerra híbrida" para referirse a la complementación de los métodos bélicos tradicionales con formas alternativas de ataques que permiten las nuevas tecnologías.

Rusia se ha destacado como una de las potencias que más han recurrido a estas estrategias híbridas, que incluyen el espionaje, la injerencia en los asuntos domésticos de sus rivales o los ciberataques. 

El Informe Anual de Seguridad Nacional 2022, elaborado por el Centro Nacional de Inteligencia, alerta de que Rusia ha aumentado la actividad de sus servicios de espionaje en España. Esta mayor presencia de los servicios de inteligencia extranjeros se está produciendo, no por casualidad, en las inmediaciones de la presidencia española de la Unión Europea. 

Seguridad Nacional advierte de que Rusia cuenta en España "con una red de propagación en medios de comunicación y redes sociales que persigue influir en la opinión pública española". Y temen que algunos de los mensajes que el Kremlin inocula en el discurso público español hayan calado en "distintos sectores de la sociedad española".

Es evidente que hay grupos políticos y mediáticos en nuestro país (como el entorno del nacionalismo catalán, cuyas conexiones con la Rusia de Putin han quedado probadas) que a menudo compran acríticamente las manipulaciones con las que Moscú siembra cizaña en las democracias occidentales, con el objetivo de desestabilizarlas. Y la mayoría de veces lo hacen sin advertir que sus reivindicaciones, susceptibles de ser alineadas con las narrativas prorrusas y serviciales a los intereses de Moscú, están siendo instrumentalizadas con fines geoestratégicos.

El CNI, el Departamento de Seguridad Nacional y el Gobierno han verificado en el informe al que ha tenido acceso este periódico el apoyo ruso a "movimientos políticos/sociales de carácter extremista" para debilitar a adversarios como España.

Para ello, los batallones internáuticos rusos fomentan y difunden narrativas que ponen el acento en la amenaza de los "valores tradicionales" y de "la identidad y valores nacionales", "la pérdida de soberanía de los Estados" o la idea de "las élites malvadas contra el pueblo". Esta última, una retórica populista y antisistema con la que incluso Pedro Sánchez ha coqueteado por momentos.

No hay más que recordar algunas de las manifestaciones de partidos como Unidas Podemos, con sus recelos frente a la OTAN y su enclenque compromiso con la resistencia ucraniana, para corroborar el análisis de los servicios secretos españoles. Actores políticos y del resto de la esfera pública que actúan "conscientes o no, como intermediarios de la influencia del gobierno ruso".

Entre las fórmulas empleadas por el Kremlin para instigar el sentimiento antioccidental, antieuropeísta y antiotanista, el informe de Seguridad Nacional incluye la "jajaganda". O sea, un tipo de propaganda que recurre a la ridiculización y a la mofa de los dirigentes y gobiernos de países como el nuestro "para socavar su credibilidad y confiabilidad".

Pero la "jajaganda" no es para tomársela a broma. Al fin y al cabo, se trata de una actualización de los viejos métodos con los que regímenes autoritarios como los de Lenin o Mao caricaturizaban los sistemas políticos occidentales para hacerlos parecer decadentes y corruptos.

Este recurso para "ridiculizar y humillar a instituciones públicas y políticos" es, en última instancia, una forma más de desinformación. Y por ello, igualmente peligrosa. Porque supone un ahondamiento en la intoxicación que campa a sus anchas por las redes sociales, y que redunda en el desprestigio y la deslegitimación de las instituciones que hacen posible la convivencia.

A nivel autóctono, Vox y sus grupos afines, por ejemplo, se sirven habitualmente de este tipo de campañas de acoso y denigración mediante una red de trolls que vilipendian y ridiculizan a sus adversarios mediante memes y contenido de mal gusto vertidos en las redes sociales.

Que el CNI haya incluido la "jajaganda" y las campañas de desinformación entre los principales riesgos y amenazas para la seguridad del país da cuenta del potencial destructivo que entrañan estas nuevas 'armas'.

Y nos confronta con una de las mayores vulnerabilidades de nuestras sociedades abiertas. Porque el precio de la ausencia de censura es una mayor exposición a discursos insidiosos, falaces y divisivos que, como se ve, terminan calando en la ciudadanía.

Los organismos competentes habrán de intensificar las medidas de protección en este nuevo marco de creciente inseguridad en el que se encuentran España y el resto de democracias occidentales. Y especializarse en el ámbito de la ciberseguridad y las nuevas estrategias de interferencia extranjera.

Pero también todos nosotros debemos hacer un esfuerzo de autocontrol a título personal en nuestra actividad comunicativa. Y redoblar el celo verificador y el examen riguroso para no contribuir a la viralización de discursos nocivos.