El fenómeno Yolanda Díaz tiene a favor el nombre, que suena bien como en la canción de Pablo Milanés. Y, a su vez, tiene el acicate de ser mujer y, por tanto, constituir un caso inédito en la política española.
El ascenso de ministra a presidenciable no es de manual, exige dosis de inventiva, es un modelo que no existe. En España, se diría que es un caso contraintuitivo, dada la monomanía de pensar en líderes masculinos.
En Europa ya es más común que las mujeres tomen la iniciativa, piloten partidos y gobiernen, de Sanna Marin a Giorgia Meloni, después de que Angela Merkel abriera el fuego.
España ha sido hasta ahora machista, diríamos copiando el latiguillo que la propia Yolanda le endilgó a Pedro Sánchez en Lo de Évole.
Las circunstancias han hecho de Yolanda Díaz un verso suelto en las aguas podemitas hasta verse sola en la orilla. Ahora busca espacio. Es una candidata sin más realidad física que ella misma. Lo demás es inmaterial, como esa presentadora piloto de la televisión kuwaití, Fedha, creada por inteligencia artificial.
La presunción de un espacio a la izquierda del PSOE no deja de ser quimérica en medio de una jungla de siglas (Podemos incluido) que se arrogan la misma geografía ideológica. Pero todos sueñan con el vellocino de oro de los espacios políticos: la abstención. Y esta se casó con Donald Trump en los Estados Unidos.
Ahí tiene Yolanda una opción atrevida: 'hacer un Trump' y seguir dando rienda suelta a la casualidad con que vino al mundo de la alta política.
La candidata, fruto de una cabriola al apearse Pablo Iglesias, está obligada a ponerse a prueba en un método heurístico de sobra conocido: ensayo y error. Con Jordi Évole ha probado a encender el ventilador y ganarse fama de lanzallamas. Eso la acerca al modelo Trump. ¿Por qué no pensar (o temer) que Yolanda Díaz 'se haga un Trump' con la metamorfosis en loba solitaria obligada a sobrevivir?
En Lo de Évole asomó la Yolanda que dispara a dar. A Pablo Iglesias lo quiere mucho, pero le recordó que una vez le dijo "te voy a joder la vida". A Sánchez lo reivindica como un mártir de la izquierda al que se ha "menospreciado", pero lo tacha de "machista" y lo degrada a vicepresidente de ella misma.
Si no tienes carrera política, échale narices y que te respeten por lo que bramas. Ahora Yolanda da titulares como rosquillas. Sabe que Sumar y Podemos acabarán juntándose por necesidad, que habrá primarias por estética y que ella será la candidata uncida por la izquierda de la izquierda. Ahí termina la carambola.
Pero querer pescar en ese caladero difuso a extramuros del PSOE impone salirse del guion. Como quiera que Alberto Núñez Feijóo y Santiago Abascal son calculadores y no practican el tiro al plato, y ahora que Sánchez ya no es un peregrino, sino un santón europeo, está vacante el rol de guerrillero de Iglesias y el de enfant terrible de Albert Rivera cuando amagaba con ser Emmanuel Macron. Hasta se ha entibiado Macarena Olona, que aportaba chispa al debate del filibusterismo político nacional.
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Ahora está Yolanda sola contra todos en busca de pelea. Es una apuesta. Si Yolanda se ablanda, pierde baza. Es una candidata sin suelo definido. La tentación de los hijos del comunismo suele ser la de matar a los padres, o sea, a la ideología. De Jorge Verstrynge a Sánchez Dragó pasando por Tamames, así ha sido. Nada compele más a esta ministra de Trabajo que la voten los currantes que le deben el ERTE y que no lo hagan al PSOE o al PP.
Si Yolanda no piensa votar morado el 28-M sin dispararse un tiro en un pie es que ancha es Castilla y se ha creído el papel de salvadora de todas las Españas, de un extremo al otro.
Yolanda es un rara avis, sabe que está inventando algo. Como Isabel Díaz Ayuso cuando retaba a Sánchez y minó la moral de Pablo Casado. Como hizo Trump, cuando nadie le creía capaz de vencer a Hillary Clinton. Con alardes de grandeza y con camisa blanca, corbata roja y chaqueta azul acabó imponiendo el meme y entrando por la puerta del Despacho Oval.
En el PSOE no disimulan las suspicacias por si Yolanda 'hace un Trump' y sale volando de la jaula.