Entre las diversas motivaciones estratégicas que llevaron a Pedro Sánchez a adelantar por sorpresa las elecciones generales está la de influir en el proceso de reconfiguración del espacio a la izquierda del PSOE.
Al acortar los plazos de los que pueden disponer Sumar y Podemos para concurrir en una candidatura unitaria (el próximo 9 de junio como fecha límite), Sánchez conseguía o bien presionar a Yolanda Díaz, Ione Belarra e Irene Montero para alcanzar cuanto antes un acuerdo, o bien, en el caso de que finalmente no prosperase la unificación de las izquierdas, recoger el voto útil en torno a las siglas del PSOE.
Aunque al menos desde la moción de censura Sánchez ha estado impulsando el perfil de Díaz como candidata a reemplazar a Podemos en una hipotética reedición del Gobierno de coalición, los socialistas también han dejado indicios de querer propiciar el segundo escenario.
Así se entienden las palabras de Nadia Calviño ayer, quien opinó que el 28-M ha evidenciado la "desaparición" tanto de Podemos como de Ciudadanos, dando por muertos a sus todavía socios en el Ejecutivo. Y se preocupó por dejar claro que "un voto que no sea el Partido Socialista es un voto a una potencial coalición del PP y Vox".
Esto llevó a decir a Belarra que "el PSOE y el PP se han propuesto firmemente la restauración del bipartidismo". Pero lo más probable es que en Moncloa sean bien conscientes de que en ningún universo demoscópico posible el PSOE obtendría la mayoría necesaria como para gobernar en solitario. De hecho, según el último sondeo de SocioMétrica para EL ESPAÑOL, Sánchez obtendría unos pírricos 90 escaños frente a los 135 de Feijóo.
Por eso, las declaraciones de Calviño apuntan al razonable empeño por deshacerse de Podemos mediante la proclamación anticipada de su defunción. Una estrategia similar a la que está mostrando estos días, aunque de forma más sibilina, Yolanda Díaz, que está redoblando la presión sobre Belarra y Montero para que acepten desdibujarse en su movimiento sin un trato de favor.
Primero, mediante el registro el martes de Sumar como partido. Y después, con la retirada de Ada Colau y Alberto Garzón, toda vez que Izquierda Unida anunció el lunes que se presentará a las elecciones en las listas de Yolanda Díaz. Porque la vicepresidenta, al suscribir la petición de una "renovación de caras" que hizo Garzón en clara alusión a los principales líderes de Podemos, traslada a Belarra y Montero la responsabilidad del naufragio de la unificación de la izquierda en caso de que se nieguen a echarse a un lado.
"Alberto suma", aseveró la ministra de Trabajo. Pero resulta igualmente evidente que, para ella (y con razón), Irene resta. Este afán por quitarse de en medio al lastre morado lo ha calificado Pablo Iglesias de "deseo de venganza y humillación".
El problema es que no está del todo claro cuál de las dos partes, si Sumar o Podemos, tiene la ventaja en esta negociación competitiva. Porque el esperable batacazo de Podemos en las elecciones autonómicas y municipales daba a priori un mayor poder negociador a Díaz. Pero también los socios de Sumar salieron derrotados del 28-M.
Registrando Sumar como partido, Díaz se garantiza un mayor control en una hipotética coalición electoral de izquierdas, teniendo preponderancia para hacer valer su criterio sobre las materias que más desencuentros han motivado con Podemos: la confección de las listas, el reparto de los recursos electorales y el gobierno del grupo parlamentario.
Pero la fecha límite para registrar la coalición es el próximo viernes y el reloj sigue corriendo. Aunque poco después de que Sánchez anunciase el adelanto electoral Belarra y Díaz airearon las reuniones con las que desde el lunes se retomaron las conversaciones desde donde las dejaron en marzo, han desperdiciado los últimos cuatro días. Porque la vicepresidenta no se ha sentado de nuevo con la secretaria general de Podemos, cuyo grupo no quiere ceder en sus reclamaciones de darle a Irene Montero un buen puesto de salida en las listas por Madrid.
A pesar de que ambas formaciones no dejan de repetir que habrá acuerdo, lo cierto es que la tensión no deja de escalar a menos de siete días del límite fijado sin que haya avances significativos. Podemos tiene menos de una semana para decidir entre susto (claudicar e integrarse en Sumar en desventaja) o muerte (los cuatro míseros diputados que, según SocioMétrica, obtendrían los morados el próximo 23-J, así como perder el Gobierno en favor de la derecha).