En el libro X de su monumental Historia de los pueblos de habla inglesa, Winston Churchill describe con genuina mordacidad uno de los episodios más emblemáticos de la épica militar del Imperio británico:
"En octubre de 1854, tuvo lugar en Balaclava la celebrada carga de la Brigada Ligera, en la que 673 jinetes, dirigidos por Lord Cardigan, cabalgaron imperturbables, valle arriba, bajo un fuego intenso, como si formaran parte de un desfile, para atacar las baterías rusas".
"Capturaron los cañones, pero sólo una tercera parte de la Brigada contestó en la primera revista después de la carga. Lord Cardigan volvió tranquilamente al yate en el que vivía, se dio un baño, cenó, se bebió una botella de champán y se fue a la cama."
"Su Brigada había protagonizado un acto inspirador de heroísmo galante. Pero se debió, como casi todo en esta guerra, a los errores garrafales de los mandos. Las órdenes habían sido mal expresadas y fueron mal entendidas. La Brigada Ligera cargó contra objetivos equivocados".
Es imposible no tener en la cabeza esta polémica y ya legendaria masacre de la guerra de Crimea al analizar la audaz, temeraria y por supuesto impecablemente democrática decisión de Sánchez de anticipar por sorpresa las elecciones generales. Son dos ejemplos paralelos de lo que tópicamente se denomina huida hacia adelante.
Fijémonos en esa reunión en la madrugada del domingo al lunes en el palacio de la Moncloa. Estaban presentes Sánchez, sus principales colaboradores y, en un asiento especialmente mullido, la Conciencia del presidente.
Como él se refirió a ella en tercera persona, hay que darle entidad propia y nombrarla con mayúscula. Según confesó el martes el propio Sánchez ante el grupo parlamentario, al final la opinión determinante no fue ni la de Óscar López, ni la de Bolaños, ni la de Antonio Hernando sino la de la única mujer en la habitación: doña Conciencia.
"Fue la Conciencia de Sánchez la que zanjó la discusión con un plan contundente: recuperar los cañones"
Ninguno de los reunidos, y ella menos que nadie, había contado con que el enemigo (los rusos, el PP) pudiera apoderarse en un santiamén, aquella noche, de tantas posiciones estratégicas, dotadas de los potentes cañones del poder autonómico y municipal. Tampoco con que tantos buenos oficiales (presidentes y alcaldes) regresarían al cuartel general malheridos, despojados de sus galones y exigiendo explicaciones por la derrota.
¿Qué hacer? ¿Afrontar el debate interno hasta detectar los errores cometidos? ¿Efectuar una crisis de Gobierno e imponer una rectificación política para resituar al PSOE de cara a diciembre? ¿Anunciar la renuncia de Sánchez a competir en esas elecciones y abrir un proceso de sucesión tutelado, como hizo Zapatero en 2011?
Todas esas opciones estuvieron sobre la mesa, pero, como digo, fue la Conciencia de Sánchez la que zanjó la discusión con un plan contundente: recuperar los cañones. O al menos neutralizarlos con nuevas conquistas.
No había que dar un paso atrás, ni para tomar impulso. No había que hacer una pausa, ni para que nadie tuviera margen para pensar en sus heridas. Menos aún para analizar las causas de la derrota.
Tocaba volver a montar, volver a desenvainar el sable y cargar de nuevo para que el enemigo (el PP, los rusos) no tuviera siquiera tiempo de celebrar sus triunfos. El único requisito era redoblar la ferocidad de la embestida. Matar o morir.
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"De esta manera, tenemos una mínima oportunidad, si esperábamos a diciembre nos quedábamos sin ninguna", alegan los demás partícipes de la decisión. Pero algo falla en ese razonamiento porque el punto débil de la fórmula elegida es la supresión de todo análisis y debate sobre las causas de la debacle del 28-M.
Si eso es lo que pretendía la Conciencia de Sánchez, hay que reconocer que lo está consiguiendo. Ni en los órganos oficiales del partido (Ejecutiva, Comité Federal) ni en sus órganos oficiosos (Grupo Prisa, TVE, RNE y demás conglomerados mediáticos afines) se está produciendo esa reflexión. Nadie va más allá del tópico de que las mentiras de la derecha taparon los logros del presidente.
Y debido al vacío explicativo, cualquiera diría que estupendos presidentes autonómicos cuya gestión era altamente valorada, empezando por Vara o Ángel Víctor Torres, siguiendo por Lambán o el propio Ximo Puig, por no hablar de buenos alcaldes como el sevillano Antonio Muñoz o mi paisano Pablo Hermoso, han pasado de la carroza a la calabaza simplemente porque el reloj marcaba la medianoche.
"El 28-M implica una enmienda a la totalidad al pensamiento estratégico sobre la premisa de que la polarización es la clave de la hegemonía en las urnas"
Lo suyo ya no tiene remedio. Pero como mínimo tendrían derecho a ser primero escuchados y luego amortajados con dignidad.
Porque la mera mitificación de la derrota como resorte automático para producir nuevas victorias, a lo Rocky o The Comeback Kid, tiene como requisito insoslayable la detección de las causas del fracaso. A menos que se discuta, claro, el sabio aforismo de que "siempre que se actúa igual, termina sucediendo lo mismo".
A mi entender, los hechos del 28-M implican una enmienda a la totalidad al pensamiento estratégico, arraigado en la Moncloa desde la primera hecatombe andaluza hace un año, sobre la premisa de que la polarización de la sociedad y la movilización de tu propia media España contra la otra media son las claves de la hegemonía en las urnas.
A veces me gustaría zarandear a esos fanáticos por conveniencia que han asumido los delirios de Pablo Iglesias sobre los "señores de los puros", y los "oscuros poderes mediáticos". Personas inteligentes que no pueden creerse ese relato para dummies y seguir soslayando la sociología real de la España del siglo XXI.
Líbreme el cielo de insultar personalmente a nadie, pero remedando lo que aquel asesor de Clinton dijo sobre la economía, "¡es el centrismo, estúpidos!". El PSOE ha sido arrasado en Ayuntamientos y Comunidades porque Sánchez se ha erigido en candidato único, desdeñando al electorado más templado y exhibiendo desafiante sus pactos y presuntos logros con Podemos y los separatistas.
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Qué disparate. Un personaje tan proteico como Sánchez puede representar muchos roles. Pero que el mismo respetado actor que juega sus bazas en el tablero internacional como paladín de las democracias liberales se transforme en un caudillo bolivariano, dispuesto a doblar cada día la apuesta de su órdago radical, es el pasaporte seguro hacia el desastre.
Algo atroz no ya para las derechas sino para los moderados que han votado y pueden votar PSOE o PP, según las circunstancias. Si no fuera así, esos casi dos millones de votantes cuya mayoría era partidaria en mayo de 2019 de que Albert Rivera pactara con Sánchez, no habrían apostado en masa por los candidatos populares.
Ciudadanos ha desaparecido, pero quedan los ciudadanos centristas. Los "swinger voters" a los que hoy por hoy solamente apela Feijóo.
A Sánchez le hubieran bastado dos gestos para, a pesar del lastre de todo lo ocurrido hasta ahora, volver a meterse en el partido: echar a Podemos del Gobierno e impulsar una negociación entre María Chivite y UPN para rescatar a Navarra de la órbita de Bildu. Es decir, volver a la tradición histórica que durante décadas ha mantenido el PSOE.
"El PSOE está renunciando, por primera vez ante unas elecciones generales, a defender un proyecto autónomo de gobierno en solitario"
Por supuesto que habría sido incoherente con los tres años y pico de legislatura y que pocos habrían creído en la sinceridad de su caída del caballo. Pero todo va muy deprisa en política y quien se resitúa en el espacio correcto tiene más oportunidades de aprovechar los errores de su adversario.
Lo a la vez elocuente y pasmoso es el argumento de Moncloa para zanjar la cuestión: "Sería absurdo que echáramos ahora del Gobierno a las de Podemos, para tener que volver a meterlas en septiembre si ganamos las elecciones".
Elocuente en la medida en que corrobora que Sánchez vuelve a la carga como líder de esa coalición con las izquierdas extremas que tanto repudio ha merecido. Pasmoso por el hecho de que el PSOE esté renunciando, por primera vez ante unas elecciones generales, a defender, ni siquiera verbalmente, un proyecto autónomo de gobierno en solitario.
Eso regala a Feijóo la gran baza de ser el único que pide el voto para obtener una mayoría suficiente (los 160 escaños de los que habla hoy Fernando Garea no son ninguna quimera) para "no depender más que de las urnas". A este paso, lo que van a tener que dirimir las urnas es si Feijóo va a poder gobernar con la autonomía que tuvieron Suárez, González, Aznar, Zapatero y Rajoy o bajo una hipoteca simétrica a la que está llevando a la ruina a Sánchez.
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Sánchez se ha lanzado en tromba, esgrimiendo un nuevo pacto de extremistas y exagerados en el filo de su sable. Logrará que le sigan gentes tan alucinadas u oportunistas como para creer que Feijóo es el Trump español, pretende desecar Doñana y estimula la explotación laboral infantil.
¿Cuántos de esos hay en España? De momento, según la encuesta de SocioMétrica de hoy, sólo un 58% de los votantes del PSOE se mantienen fieles en la matriz de transferencia y eso abre la brecha de intención de voto hasta casi ocho puntos.
En cambio, el líder del PP apuesta por un gobierno monocolor, en el que Vox no tenga arte ni parte. Está por ver que lo consiga, pero de momento esa es su oferta. Menuda diferencia.
"Si el PSOE calló sobre los GAL, también lo hará ahora sobre el catastrófico viraje a la izquierda. Es la cultura propia de las sectas"
Sánchez intenta sorprender al enemigo en plena celebración de su victoria, desmovilizado por la canícula de finales de julio. Da por hecho que el suelo del 28% de las municipales no es del PSOE sino suyo. Y que como él es más alto, más guapo y habla mucho mejor inglés que Feijóo se lo merendará con patatas en un par de debates cara a cara. Le avala el dato demoscópico de que, si sólo se presentaran ambos, los nacionalistas inclinarían la balanza a su favor.
Ni por un momento se ha parado sin embargo a pensar (por supuesto tampoco, se lo ha dicho Doña Conciencia) que tal vez el castigo sufrido por sus candidatos iba dirigido personalmente contra él. Que por eso el único barón superviviente (Page) es el único que le plantó frontalmente cara. Su "yo no soy sanchista" le ha valido la reelección.
Por eso es probable que una parte del PSOE se desentienda de la oferta del más de lo mismo cuando Sánchez cargue desaforada y exageradamente contra unos objetivos equivocados. Despertando por supuesto el fuego graneado que casi siempre desata quien convierte la democracia en un plebiscito personal.
Basta leer la entrevista que hoy publicamos con el tantas veces ponderado José Luis Ábalos para darse cuenta de que lo que no va a haber es una rebelión abierta. Al PSOE siempre se le ha dado mal la autocrítica. A pesar de todas las divisiones, en la República le llamaban la "minoría de cemento". Y el Secretario General es el Secretario General. Si callaron sobre los GAL, también lo harán ahora sobre el catastrófico viraje a la izquierda. Es la cultura propia de las sectas.
[Editorial: Los dos grandes errores de cálculo de Sánchez]
El problema es que el PSOE tiene ahora 120 diputados. Ningún sondeo le concede tantos y además los actuales titulares de esos escaños tendrán que competir por los puestos de salida con el suficiente número de náufragos de las autonómicas y municipales como para garantizar la paz en la retaguardia. Esa sí es una bomba de relojería.
Veremos cuantos y quienes contestan con su nombre y apellido en la primera revista tras el previsible rebalaje en el que se disolverá esta nueva carga suicida de la Brigada Ligera. Sabemos entre tanto que el yate de Lord Cardigan, con su botella de champán incorporada se llama esta vez Secretaría General de la OTAN.
Y para la historia quedan el análisis del especialista Clive Ponting ("Lo extraordinario es la sangre fría con la que se ejecutaron unas órdenes sin sentido") y el comentario del jefe del contingente francés, general Bosquet, testigo presencial de los hechos desde un promontorio: "C'est magnifique, mais ce n'est pas la guerre. C’est de la folie".