La presidenta del PSOE andaluz, Amparo Rubiales, cruzó ayer la raya de lo tolerable en política al calificar a Elías Bendodo de "nazi judío". A la hora de escribir este editorial, Rubiales seguía sin disculparse con el coordinador general del PP, de ascendencia sefardí. De hecho, la defensa de la presidenta del PSOE andaluz consistió en retar a aquellos que le reprochaban su insulto con un "no soy machista, ni xenófoba, ni antisemita, ni homófoba, ni antitrans, ni antinada. Sin igualdad no hay libertad, ¿lo entendéis?".
"Les tengo un respeto infinito a los judíos" añadió luego, a la vista de las críticas de las asociaciones judías españolas. "A los judíos, no a Bendodo". El pecado de Bendodo había consistido en llamar "tramposo" a Sánchez por convocar las elecciones un 23 de julio buscando, según el coordinador del PP, que "los españoles no voten". La afirmación de Bendodo puede ser más o menos debatible, pero el exabrupto de Rubiales sobrepasa con mucho la más elemental proporcionalidad y se sitúa en el terreno de lo intolerable.
No ha estado a la altura el PSOE de Sevilla, que se ha limitado a "desvincularse" de las declaraciones de Rubiales y a pedir una "rectificación" a su presidenta. La rectificación no ha llegado y eso hace pensar que Rubiales no es ni siquiera consciente de la gravedad de su insulto y de las connotaciones siniestras que tiene acusar a un judío de "nazi".
En primer lugar, por la banalización del Holocausto. En segundo lugar, por el antisemitismo implícito en la frase de la presidenta. ¿Habría hecho lo mismo Rubiales con un político negro de un partido de derechas llamándole "negro esclavista"? Rubiales puede considerarse a sí misma "no antisemita", pero es evidente que su frase desprende antijudaísmo a raudales. El insulto, de hecho, ni siquiera tiene sentido inteligible. ¿Quería la alto cargo socialista reprocharle a Bendodo un supuesto "colaboracionismo"? ¿Con quién y con qué fin? Aunque eso, de hecho, ni siquiera importa.
Es obvio que el incidente no puede solventarse por parte del PSOE con una mera desvinculación de las palabras de Rubiales. El partido debe abrir un expediente y sancionarla de acuerdo con sus estatutos. Y eso, independientemente de la obligación de disculpa con Bendodo que sigue pesando sobre Rubiales.
Tampoco cabe aquí la excusa de que la líder socialista estaba hablando en sus redes sociales privadas. En primer lugar, porque Rubiales desempeña una representación institucional en el partido.
En segundo lugar, porque Rubiales no estaba insultando a un ciudadano anónimo por un tema privado no relacionado con los asuntos públicos, sino a un alto cargo del primer partido de la oposición en el contexto de una precampaña electoral.
El exabrupto de Rubiales llega cuando el PSOE se esfuerza en dibujar la imagen de un presidente del Gobierno acosado y satanizado por algunos medios de comunicación. Por supuesto, ese acoso y esa satanización no existen más allá de la legítima crítica periodística a las decisiones de Sánchez. Pero si tanto preocupan las presuntas campañas de acoso, ¿por qué se permite que Rubiales salga impune de sus insultos, estos sí 100% reales?
El 'asunto Rubiales' no puede zanjarse dejando pasar las horas hasta que el escándalo se diluya en el magma de la actualidad. España sigue apareciendo en todos los estudios internacionales como uno de los países más antisemitas de Europa, en parte por la presencia en nuestro país de una extrema izquierda radicalmente antijudía, y de ninguna manera podemos permitirnos incidentes como este. El PSOE debe actuar ya.