Sánchez ha mostrado más de lo que debería. Es, de entre todos sus pecados, el más comprensible y excusable, porque es un pecado muy típico de los guapos en esta nuestra era de Facebook, TikTok e Instagram. A Sánchez se le ha visto demasiado y es normal que a los suyos les encante verlo en tan arriesgadas transparencias y que a los demás nos dé algo más de pudor. Las cosas del amor.
Se ha visto a las claras que quiere debatir y que quiere hacerlo cara a cara, pero que tampoco tanto. Que lo que más le gustaría es que Feijóo se negase y todo el mundo pudiese ver el tembleque en su voz, el miedo en su mirada y la cobardía en su corazón. Una cobardía comprensible, muy humana, pero definitiva, de quien se sabe peor, de quien se teme mediocre y prefiere, como en el chiste, callar y parecer tonto que hablar y confirmarlo.
Será un exceso de optimismo, pero es normal en alguien que se gusta tanto como Sánchez, que se encanta, y es tan incómodo que es hasta peligroso para cualquiera que se acerque a él con una conciencia aunque sea sólo un poquito más ajustada a la realidad de sus propias virtudes y limitaciones.
Y a pesar de todo, la propuesta seis debates de Sánchez es una concesión de esas que no lo sabe, pero ya no puede permitirse. Una de esas concesiones que a estas alturas sólo muestran debilidad. Porque lo que querría él es tener un Aló, presidente diario. Y es algo que ya sabíamos desde su particular uso de los medios de comunicación durante la pandemia. Le concede un espacio a Feijóo a su lado, a su derecha, como esas guapas que salen con amigas que no lo son tanto, porque desde el célebre Kennedy vs. Nixon sabemos que la tele favorece al guapo, especialmente cuando se supone que en prime time la verdad ya no importa.
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Es su forma de contrarrestar el efecto energizante y embellecedor del multipartidismo. Ese efecto cheerleader que, como explicaba Barney Stinson, es ese por el cual, por estar todos juntitos y unos al lado de los otros, todos parecen más guapos. El Pedro Sánchez en campaña, que recuerden que no es el mismo que el Pedro Sánchez presidente, prefiere estar sólo que mal acompañado.
La creciente soledad de Sánchez, esa soledad tan típica y tan trágica de los viejos príncipes, es sintomática en un presidente que tanto ha presumido, y con razón, de presidir el primer gobierno de coalición de la democracia. Es la soledad que reúne todos los vicios. Los propios del gobernante y los del narcisista adolescente. Es una táctica un poco como de futbol de Guardiola o de Johan Cruyff: si tú tienes el balón, no lo tienen ellos. Si ocupas todo el campo, no les dejas espacio.
Es un futbol total, que está muy bien, y una política totalitaria, que está muy mal. Y es la táctica de monopolizar el foco para que en él no quepa ya nadie más. Ni los socios, que tan mal le hacen quedar, ni los adversarios, que tanto mal le podrían hacer. Que no quepan ya ni el amigo ni el enemigo, ahora que todo discrepante es ya oposición.
De lo que aquí se trata es de someter a una nueva prueba de estrés a la ciudadanía española. A ver si colapsa y le deja en paz.
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En las últimas elecciones, Sánchez y los suyos han constatado, con una sorpresa francamente preocupante, como cada uno de los millones de surfistas de la reacción ha encontrado al menos un motivo, de entre los muchos y variados disponibles, para salir a votar en su contra. Sánchez ha visto que la paciencia de los españoles también tiene un límite. Y quiere usarlo en su favor.
Sánchez está jugando con nuestra paciencia, y no lo digo como amenaza, dios me libre, sino como intento de diagnóstico, me perdonen los politólogos.
Es algo muy particular de la lógica política el que los defectos tiendan a repartirse entre todos y las virtudes se las quede todas el nuestro. De ahí que cuando alguien embarra la campaña, como dicen ahora, embarrados queden automáticamente todos. O que cuando alguien baja el nivel, es el nivel de toda una generación el que se resiente. O que cuando alguien convoca dos campañas seguidas para no dejarnos descansar en meses de la demagogia y el insulto y la batalla política, son todos, y no sólo él, quienes se nos hacen pesados.
Sánchez quiere vencer por agotamiento del rival, que somos todos. Y saben Dios, las teles y la ñoña veraniega que es muy capaz de conseguirlo.