RTVE ha albergado este miércoles el debate más absurdo de la historia de la democracia. Fundamentalmente, porque ha sido fruto de un error estratégico originario por parte de los interesados en su celebración que ha hecho que el formato careciese de sentido.
Es obvio que el debate a tres se trataba de una trampa para Alberto Núñez Feijóo, con el objetivo de presentar una contraposición de una pareja de derechas con otra de izquierdas. Pero desde el momento en que el líder popular declinó participar (argumentando que si se trataba de una comparecencia de socios, también deberían estar presentes ERC y Bildu, o en todo caso sólo él, Pedro Sánchez y Yolanda Díaz), ese marco quedó neutralizado.
En esencia, Sánchez y Díaz quisieron proyectar la imagen de una España polarizada. Por eso Feijóo ha sido hábil situándose fuera de la política de bloques. Y el resultado del encuentro avala que no presentarse era la opción más inteligente.
Porque el debate de este miércoles, en esencia, no era más que un escenario para la pugna en directo por el tercer puesto entre Vox y Sumar, muy ajustada según los sondeos. Se trataba de la última oportunidad de los partidos minoritarios para resaltar en una campaña que ha estado monopolizada por la concentración del voto en las dos grandes fuerzas. Díaz y Santiago Abascal acudieron al plató de RTVE para intentar decantar a su favor el voto fronterizo entre Sumar y PSOE y entre Vox y PP, respectivamente, en un contexto de indecisión entre un gran número de electores que deciden su voto en la última semana.
No está nada claro, no obstante, que este debate (más ordenado y sin tantas interrupciones como el cara a cara, pero de apariencia intrascendente y plomiza) vaya a servir para mover votos entre los bloques.
Tal vez haya beneficiado a la vicepresidenta, que con un tono mucho más vehemente que el de su melosidad habitual fue la más incisiva y quien llevó la voz cantante, ante un Sánchez mortecino y a rebufo de su socia. Se instaló en el equilibrismo entre su presentación como un binomio gubernamental con Sánchez y el énfasis en lo distinto de las propuestas de PSOE y Sumar para marcar perfil propio. De hecho, se preocupó por dejar clara su distancia con Sánchez en cuestiones como las pensiones, la vivienda, o la política energética, llegando a reconvenirle con un "Pedro, hay que hacer más cosas".
Abascal, por su parte, ha estado anodino y ha tropezado estrepitosamente en aseveraciones como la del supuesto apoyo de Bildu a la reforma laboral. Aún así, este debate a tres ha sido un auténtico regalo para el líder de Vox. No se entiende la torpeza mayúscula de una izquierda que, después de haberse desgañitado augurando la llegada de la ultraderecha a las instituciones, le brinda una plataforma masiva y hora y media de minutaje para publicitar su programa.
Quien sin duda no ha ganado nada con este debate ha sido Sánchez. La ocasión ni siquiera le ha servido para resarcirse de su fracaso en el cara a cara, pese a que lo ha intentado con sucesivas pullas al candidato ausente. El presidente debió imitar a Feijóo y no acudir, pues ha acabado polemizando con dos candidatos a vicepresidentes, saliendo inevitablemente rebajado.
Además, ni siquiera ha sido fructífero el frente común formado contra el líder de Vox con el objetivo de retratarle como representante de Feijóo. Porque el propio Abascal se ha desmarcado de la política económica y social del candidato popular, asociando él mismo al PP con el PSOE. Toda la sintonía entre el centroderecha y la ultraderecha que la izquierda podrá atestiguar es la renuencia de Abascal a pronunciarse sobre Feijóo, "que no puede defenderse".
Sánchez ha perdido la oportunidad de ganar votos por la derecha, como era su objetivo, y Yolanda la de ganar votos a su izquierda. Las únicas opciones que tenían para ensanchar sus respectivos electorados se las han bloqueado mutuamente por su estrategia de concurrir a este foro en tándem.
En definitiva, el debate a tres ha sido el dislate final de una campaña anómala y llena de episodios ruborizantes.