La anómala situación de España, dominada por la polarización política y con una amnistía a las puertas, acrecentó el interés y la atención sobre el discurso navideño de Felipe VI, el más esperado desde su intervención de 2017 tras el golpe perpetrado por los líderes del procés. Los mismos líderes que, junto a la izquierda radical y el resto de nacionalistas que sostienen la presidencia de Pedro Sánchez, salieron en tromba para deslegitimar la figura del Rey y su alegato a favor de los principios constitucionales.
Felipe VI guardó palabras para "el empleo, la sanidad, la calidad de la educación, el precio de los servicios básicos, la inaceptable violencia contra la mujer y el acceso a la vivienda de los jóvenes". Pero dio un paso más. Obvió guerras y emergencias climáticas para concentrarse en un solo tema: la salvaguarda tanto de la Constitución como de su espíritu, a conciencia de que su socavamiento, en forma y fondo, alimenta el "germen de la discordia" que todos los españoles sufrimos en el pasado.
La reacción airada de los aliados de legislatura de Sánchez, incluso del socio de Gobierno Sumar, no sólo da cuenta de que se sintieron apelados por el Monarca, sino de que sus advertencias navideñas están especialmente justificadas.
Todos los aliados del PSOE vieron, en un discurso conciliador, un agravio. A diferencia de PP y Vox, que celebraron las palabras de Felipe VI, Marta Lois (Sumar) criticó una intervención "alejada del país real" y afirmó que "no es polarización, es la extrema derecha contra la democracia". La exministra Ione Belarra (Unidas Podemos) fue más allá y aventuró que Felipe VI "va a ser el último" rey de España.
Los socios nacionalistas no fueron menos beligerantes. EH Bildu inició una campaña con el eslogan "¿por qué no te callas?". El PNV afeó la falta de referencias "a la nación vasca". Néstor Rego (BNG) consideró que "el discurso de Felipe de Borbón es una toma de posición con los sectores más reaccionarios e inmovilistas del Estado". Pere Aragonès (ERC) despreció el mensaje al calificarlo de "nacionalista español" y Jordi Turull (Junts), de "irrelevante y contradictorio", a lo que añadió: "Siembra la semilla de la discordia".
La simple enumeración de los ataques es más elocuente que el análisis más profuso. Es cierto que la suma de estas formaciones representa una quinta parte del Congreso de los Diputados. Pero su influencia sobre el presidente Sánchez es perturbadora, y se manifiesta en un PSOE que tardó 16 horas en salir a valorar no sólo el discurso de Felipe VI o a ensalzar la institución monárquica, sino el mensaje de fondo. Y cuando lo hizo, fue con la boca pequeña y con la determinación de no incomodar a sus aliados.
La constatación de este hecho es que el PSOE eludió defender al Rey de las arremetidas. Es más. Rompió la costumbre de comentar el discurso desde la sede de Ferraz, al emitir un vídeo de Cristina Narbona grabado en un jardín sin simbología del partido. Y salió del apuro con una interpretación interesada que obvia lo esencial: la deriva política que amenaza nuestra igualdad ante la ley, la calidad de nuestra democracia y la convivencia entre españoles. Narbona, sin embargo, escogió el breve tramo dedicado a las reivindicaciones sociales y no se prestó a las preguntas de los periodistas. Es un síntoma más, y muy esclarecedor, de la anomalía política que lidera Sánchez.
El PSOE fue muy duro con la oposición por jugar con los plazos para reunirse con el presidente. Pero no se conoce una sola crítica a los socios nacionalistas por negarse a acudir a las consultas del Rey y a la jura de la Constitución de la heredera al trono. Nadie discute la legitimidad para criticar el discurso de Felipe VI o discutir la organización política del Estado. Pero son cuestiones de mínimo decoro institucional que ni siquiera Sánchez ha arrancado a cambio de claudicaciones como la amnistía.
Las alianzas de Sánchez tienen una representación muy inferior a la del bloque constitucionalista. Lo preocupante es que no es proporcional a su enorme influjo sobre las decisiones del presidente. En esta ocasión, el motivo de los ataques es un discurso de concordia y reencuentro entre españoles, precisamente lo que Sánchez dice perseguir con sus cesiones. Las críticas al discurso del Rey han terminado por corroborar, finalmente, la pertinencia de sus observaciones.