Felipe VI recordará 2023 como el año en que sus gestos fueron observados con una lupa de mayor aumento. Nunca el semblante y el lenguaje corporal del actual jefe del Estado dieron pie a tantas conjeturas. Lo que quizá fuera un dolor de muelas se interpretó como el indisimulable malestar por la amnistía.
De ahí que, salvo los amagos iniciales de sonrisa, la cara de póquer ha sido la nota dominante. La puesta en escena ha huido de todo riesgo. Como mucho, los muy puristas pueden poner algún "pero" a que tanto camisa como corbata fuesen estampadas. Que la foto visible fuera la de la jura constitucional de la heredera milita en lo previsible y, como veremos dentro de pocas líneas, ilustraba muy bien el fondo de la alocución.
En realidad, se trata de repetir el mismo ejercicio que ya hacíamos con sus
palabras. Intentar descifrar cuál es el mensaje entre líneas.
Partiendo de esa premisa, el discurso de este año se nos presenta como de un cierto calado. La literalidad de las frases no sale del cercado de la obviedad. Pero, pronunciadas en el contexto actual, es difícil no interpretar como tirones de orejas muchas de las ideas puestas sobre el tapete.
El 45 aniversario de la Constitución ha hecho las veces de eso que en periodismo llamamos "percha". O la excusa más o menos ligada a la actualidad que permite hablar del tema que nos apetece. La hemeroteca no se le va a volver en contra. La estructura del discurso es parecida a la de 2018, anterior aniversario redondo de la Carta Magna. Si entonces recordaba a los jóvenes que la "convivencia" garantizada en el texto era "frágil", hoy la idea toma una forma más admonitoria:
"Gracias a la Constitución conseguimos superar la división, que ha sido la causa de muchos errores en nuestra historia; que abrió heridas, fracturó afectos y distanció a las personas. Superar esa división, por tanto, fue nuestro principal acierto hace ya casi cinco décadas. Por eso, evitar que nunca el germen de la discordia se instale entre nosotros es un deber moral que tenemos todos. Porque no nos lo podemos permitir".
Ese ha sido el tono general del discurso. Pese a que no es previsible que adquiera la condición de abuelo en el corto plazo, Felipe VI adopta un poco ese papel presidiendo la mesa desde la pantalla del televisor. Él recoge el testigo de esa generación que hacía como que no veía las discusiones pero tomaba la palabra para recordar que no debemos repetir los peores errores de nuestra Historia.
Ahí cabe encajar, de un lado, las apelaciones a la "unión" ("que tiene profundas raíces históricas y culturales"); a los "consensos básicos"; a la "estabilidad" y a la "certidumbre"; al "propósito compartido"; al "proyecto común"; a que "cada institución, empezando por el Rey" deba "cumplir con las obligaciones y deberes que la Constitución le señala" y, del otro, las advertencias contra la "imposición" y la "arbitrariedad" que esperan fuera de su cobija. Por no hablar de la recomendación de "tomar mayor conciencia del gran país que tenemos, para así sentirlo más y cuidarlo entre todos".
En otras palabras: el acento en todo aquello que más ha sido puesto en riesgo estos 365 días pasados y la invocación de los conceptos que más se han difuminado en el último lustro.
Es probable que las palabras de Felipe VI no gusten ni aquellos que se manifiestan recortando el escudo de la bandera ni a los que lamentarán que no haya pronunciado una sola vez la palabra "empatía". Pero ese es su papel. Evocar lo mejor del casi medio siglo del presente periodo de España democrática por más que chirríe en el devenir político actual.
A veces la cara de póker es la más expresiva.