Lotería
Llegó la lotería de Navidad y, con ella, sus rituales. También los de sus críticos, que han encontrado en las redes otro altavoz para denunciar lo que ven como una actividad supersticiosa impropia de ser impulsada por el Estado.
Las ínfimas posibilidades de que toque algún premio que compense la inversión hacen que muchos, tirando de estadística, desalienten la compra de algún décimo por un dinero que estaría mejor invertido en cualquier otra cosa. Cómo no darles la razón, vista la suerte esquiva con los cupones tras tantos años.
Sin embargo, por la misma lógica que no nos creemos ni nos sabemos inmunes a lo malo improbable (enfermedades raras, accidentes extraños, etcétera), y por eso tomamos todo tipo de precauciones, debemos estar abiertos a lo bueno igualmente improbable (amores inesperados, recuperaciones de salud inexplicables o, por qué no, ganar un buen pellizco en la lotería).
O ambos, o ninguno, so pena de hacer de la vida un juego desequilibrado siempre para el lado funesto. La lotería como reverso lógico de la hipocondría.
Trump
Aunque a Trump le gustaba reírse de la edad de Biden, el republicano tendrá en 2024 casi la misma edad con la que el presidente demócrata llegó a la Casa Blanca. No podrá ser ese un argumento de campaña, pero sí es un alivio para quienes observamos desde fuera las posibilidades de que Trump vuelva al Despacho Oval.
Vista la fidelidad de una base de votantes amplísima y la de su partido, con Trump el único motivo para la esperanza y el optimismo es su edad y los límites que su imbatible realidad impone a todos. Sea a un futbolista con 40 años o a un candidato presidencial de casi 80 que no reconoce otra legitimidad que la de su deseo.
Su personalidad y su carisma son esenciales para entender un malestar de fondo que es real, que existe, pero que ha necesitado a este líder específico para galvanizarse y tomar la forma de un movimiento político insurreccional, antidemocrático y autoritario. ¿Cuál sería el escenario con un Trump con veinte años menos?
Pasajeros al tren
Los usuarios habituales de tren hemos visto su deterioro progresivo en los últimos años. Una degradación que la apertura a la competencia no sólo no ha puesto remedio, sino que ha agravado, al menos hasta ahora. De los últimos diez trenes de alta velocidad que he utilizado, seis han sufrido algún percance o retraso.
Imposible ya organizar reuniones sin tener que llegar con un margen amplio. El riesgo de no llegar es demasiado alto para según qué encuentros. De la misma forma, el horario de vuelta a casa es tentativo. El resultado lógico es que he optado en varias ocasiones por el coche, incluso a deshoras y para viajes largos pero de apenas unas horas.
En el último viaje en tren, que salió con un retraso de más de cuarenta minutos, Renfe tuvo a bien mandarme un mensaje: "Debido a una incidencia en la infraestructura de Adif, su tren circula con una demora aproximada de 30 minutos". Pero, justamente después, añadía el disolvente de cualquier significado que pretendieran darme: "Este tiempo puede variar durante el recorrido". Es difícil decir algo en un correo corto, pero más complicado todavía es no decir absolutamente nada.
El declive de los trenes es algo que parece llegar a cada país que ha presumido de ellos, y refleja muy bien cierto tipo de nostalgia política: no se trata de que estemos tan mal (desde luego, estamos infinitamente mejor que casi cualquier parte del mundo, y nuestros trenes siguen siendo estupendos), sino de que hemos conocido muchas cosas cuando funcionaban bien, entre ellas los trenes. Y los argumentos para que ya no lo hagan no nos convencen, e incluso nos indignan más.
Propósitos ecológicos
Para economía circular y sostenible, la de los propósitos de año nuevo: apología de la reutilización.
Navidad
Pero, si la vida fuera perfecta, si no hubiera percances ni sobresaltos, no tendrían sentido los periódicos, ni la política y, ya puestos, ni las fiestas ni los encuentros familiares y con amigos. Porque la liturgia tiene algo de celebración de un reencuentro tras una temporada a la intemperie. Se celebra, sobre todo, que aquí seguimos, y se hace con la comunidad de afectos que le da sentido a seguir, signifique eso lo que signifique para cada uno.
Feliz Navidad.