Los europeos comienzan a estar vacunados de las trampas, mentiras y manipulaciones de la Rusia de Vladímir Putin. Pero no conviene subestimar el poder de la desinformación y la capacidad persuasiva de los falsos pacifistas. La vacuna no inmuniza para siempre. Por eso es importante enfrentar las palabras del dictador ruso, que ayer lanzó al mundo la idea de que está dispuesto de negociar la paz en Ucrania. Sus condiciones, afirmó, son la entrega de los territorios ocupados del este y del sur del país, y el compromiso de que Ucrania nunca entrará en la OTAN.

El contexto en que se produce la declaración es fundamental. En Suiza, se celebra una cumbre con un centenar de países "con el objetivo común de llevar una paz justa y duradera para Ucrania", como informó el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski. Los adjetivos que acompañan al concepto de paz son fundamentales. Porque no habrá paz justa si nace de la extorsión. No hay propuesta aceptable que parta de la violación del derecho internacional y la soberanía nacional, de la justificación de la violencia para alcanzar objetivos imperialistas y de la falta de rendición de cuentas por los masivos crímenes de guerra cometidos, entre otros motivos.

Tampoco habrá paz duradera con la cesión de territorios. En esencia, porque esta no es una guerra por territorios. Esta es una guerra contra el orden internacional y las democracias europeas iniciada por Rusia, sí, pero de la que China, Irán y otros toman nota para medir la disposición de nuestros países a luchar por los principios democráticos. Con todo, incluso si fuese una guerra territorial, sería un error imperdonable. Sería el triunfo del espíritu de los Acuerdos de Múnich, de 1938, cuando las potencias europeas aceptaron que la Alemania nazi se anexionara los Sudetes checos para calmar el ímpetu imperialista de Hitler.

El resultado es popularmente conocido. Un año después, los alemanes atacaron Polonia y comenzó la Segunda Guerra Mundial.

Los europeos y los estadounidenses deben recordar que la Rusia de Putin, gobernada por los herederos del KGB y los supervivientes de las pugnas mafiosas de los noventa, está construida sobre la mentira. La oferta de ayer es falsa. No es nada más que una trampa para confundir y envenenar a Occidente. Pretende conseguir que sectores en Estados Unidos y Europa señalen a sus gobiernos como responsables de la guerra, a diferencia de la pacificadora Rusia, y presionen a Zelenski para que acepte las condiciones de los invasores.

Todo esto es una farsa que llega a pocos meses de las elecciones en Estados Unidos, con Donald Trump encantado de estrechar la mano de Putin tan pronto como llegue a la Casa Blanca. Por eso viene bien recuperar la advertencia del aclamado escritor ruso Mijaíl Shishkin en este periódico: "Imagine a dos personas en un duelo. Una de las personas tira su espada y tiende la mano. Bien, se la van a cortar".

El armisticio, en las condiciones actuales, sólo daría tiempo a Rusia para golpear después con más fuerza. El único interesado en la guerra es el Kremlin. Los ucranianos quieren paz, libertad y democracia. Estas son las razones por las que están sacrificando sus vidas. Y claro que los occidentales queremos estabilidad. Pero, guste o no, la única garantía para obtenerla es que Ucrania gane esta guerra. No habrá paz justa ni duradera desde la rendición. Esta Rusia sólo entiende un lenguaje, y es el lenguaje de la fuerza.