Pedro Sánchez prometió durante un debate electoral de 2019 "traer de vuelta a Carles Puigdemont para que rinda cuentas ante la justicia".

Durante ese debate, Sánchez acusó también al PP de "haberle dejado escapar", lo que es una verdad a medias dado que en aquel momento no pesaba, como sí pesa en la actualidad, una orden de detención sobre él.

Lo que nadie podía imaginar es que Pedro Sánchez, efectivamente, iba a 'traer' a Puigdemont a España, pero para dejarlo escapar de nuevo. 

Cui prodest scelus is fecit escribió Séneca en su tragedia Medea. Es decir, "aquel que se beneficia del crimen es el que lo ha cometido". 

La expresión, convertida ya en un lugar común de la ciencia criminológica, puede ayudar hoy a averiguar a quién corresponde la responsabilidad por la inhibición de la Policía Nacional y de la Guardia Civil respecto a la captura de Carles Puigdemont, y por el chapucero y negligente, si no cómplice, operativo de los Mossos d'Esquadra. 

¿A quién ha beneficiado, por tanto, la llegada de Puigdemont a Cataluña, el mitin frente a sus seguidores a sólo unos metros del Parlamento de Cataluña, y su posterior fuga? 

En primer lugar, al propio Carles Puigdemont, al que la investidura de Salvador Illa obligaba a escenificar una farsa con todos los ingredientes habituales de la eterna huida adelante del independentismo catalán: el irredentismo, el victimismo, las llamadas a mantener en pie el estandarte del procés y las invectivas contra la democracia española y la presunta guerra sucia del Poder Judicial. Ejecutada la humillación ritual del tentetieso español en venganza por la investidura de Illa, Puigdemont ha desaparecido de nuevo tras el telón, convertido en un superhéroe en el imaginario de los suyos. 

En segundo lugar, a Salvador Illa, al que no le convenía una detención de Carles Puigdemont y un posible encarcelamiento que podría haber enrarecido el ambiente entre los votantes independentistas y obligado a ERC a desdecirse de su pacto con el PSC. Abortada esa posibilidad, Salvador Illa ha podido ser investido sin mayores sorpresas.

En tercer lugar, a ERC, a la que tampoco convenía una detención que habría convertido a los republicanos en unos traidores a la causa en el mencionado imaginario independentista, que habría dañado todavía más sus menguantes expectativas electorales y que podría haberles condenado a un hundimiento en las urnas en caso de repetición de las elecciones autonómicas en Cataluña.

Y en cuarto lugar, al propio Pedro Sánchez, al que le convenía tanto la presidencia de Salvador Illa como evitar agraviar a un Carles Puigdemont del que depende la estabilidad de la legislatura y, por tanto, su propia continuidad en la Moncloa. Esquivado ese obstáculo, Sánchez tiene ahora mayor margen para recomponer la relación con Junts que el que tenía hace apenas una semana. 

El cui prodest no es, evidentemente, una ciencia exacta. Pero el hecho de que la pantomima de Puigdemont haya permitido salvar la cara y los intereses de los cuatro principales actores en liza (el propio Puigdemont, Illa, ERC y Pedro Sánchez) legitima la sospecha sobre la existencia de algún pacto tácito o explícito entre ellos

Falta, por supuesto, determinar la identidad de la víctima. O de las víctimas. La víctima indirecta es la credibilidad de las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, convertidos hoy en el hazmerreir de la prensa internacional.

Pero la víctima directa son España y los propios ciudadanos españoles, figurantes involuntarios de una humillante representación teatral que introduce un elemento inquietante en la ecuación política. Porque, como se dijo ayer en la red social X, cuando las administraciones deciden arbitrariamente a quién no se detiene, están a sólo un paso de decidir arbitrariamente a quién se detiene