Hace unos días, hablando con unos compañeros de trabajo, decidimos hacer dos listas. En la primera íbamos a incluir todos los colectivos profesionales, grupos étnicos, religiones y países que Trump había ofendido desde que empezó su campaña presidencial. La segunda contenía todas las ocasiones en que tras una de sus declaraciones alguien en la oficina había dicho que esto marcaba el fin de su carrera política.
No hace falta decirlo, pero ambas listas son extraordinariamente extensas. Desde el 16 de junio del año pasado, cuando Trump lanzó su campaña presidencial asegurando que la mayoría de inmigrantes mejicanos eran asesinos o violadores, el candidato republicano ha despreciado religiones enteras, criticado a una periodista porque seguramente tenía la regla, se ha mofado de un periodista minusválido, burlado de un héroe de guerra por haber sido capturado, dicho que un juez federal no puede hacer su trabajo por ser latino, acusado al padre de un oponente de participar en el asesinato de Kennedy y soltado una larga variedad de epítetos malsonantes en Twitter, radio y televisión contra todo lo que se moviera, a menudo usando términos vagamente racistas.
Lo más delirante es que esta lista es sólo una pequeña muestra de todas las tonterías, falsedades, insultos, medias verdades y comentarios completamente irresponsables que Donald Trump ha utilizado en estos trece meses. James Fallows, en el Atlantic, lleva compilando una larga lista de acciones, eventos y declaraciones sin precedentes en la historia americana reciente alrededor del candidato del Partido Republicano. Lleva 67, y la mayoría de ellas, en un año normal, hubieran servido para acabar con la carrera de cualquier político.
Trump ganó las primarias contra lo que muchos consideraban el mejor banquillo de candidatos en décadas
Sin embargo, Trump ahí seguía. The Donald ganó las primarias contra lo que muchos (erróneamente) consideraban el mejor banquillo de candidatos de cualquier partido en décadas, siguió insultando a sus oponentes incluso después de derrotarles, y empieza la carrera en las generales relativamente cerca de Hillary en los sondeos. A finales de julio, gracias a la combinación entre el escándalo de los correos electrónicos de Clinton y la Convención Republicana, Trump llegó a empatar con su oponente en las encuestas.
Podemos decir, por tanto, que cualquier escándalo-que-va-a-acabar-con-Trump debe ser tomado con cierta cautela. Es un candidato que a pesar de ser detestado por amplios segmentos del electorado parece sobrevivir a todo, sin que ataques, críticas y condenas unánimes parezcan hundirle.
Dicho esto, hay señales que pueden indicar que esta vez es diferente. Los escándalos, feudos y batallas de Trump esta última semana parecen haber despertado una reacción más airada que en ocasiones anteriores, incluso en las filas de su propio partido. La cobertura mediática ha sido más intensa y duradera. Los sondeos muestran un efecto negativo casi inmediato, siguiendo la bien recibida Convención Demócrata. De forma más significativa, el comportamiento de Trump esta vez parece ser aún más errático e inestable que en ocasiones anteriores.
Si hay algo sagrado en el debate político americano es un respeto casi reverencial por las fuerzas armadas
Empecemos por la principal polémica estos días, la guerra de declaraciones con el matrimonio Khan tras su celebrado discurso en la Convención Demócrata. Si hay algo sagrado en el debate político americano es un respeto casi reverencial por las fuerzas armadas. Se puede criticar la política exterior del país abiertamente, pero nunca se puede cuestionar el patriotismo de las tropas y sus familias.
Al criticar a los Khan, Trump ha cruzado esta línea invisible. Un político medio cuerdo hubiera respondido elogiando a los padres de un soldado muerto en combate y criticando la política exterior de Hillary Clinton. Trump les insultó mientras insistía que él, millonario hijo de millonarios, había hecho muchos sacrificios en su vida.
El escándalo sería ya de por sí un revés serio en solitario, pero el problema es que Trump ha seguido insistiendo, una y otra vez. La polémica empezó el viernes. Lejos de echarse atrás, el candidato republicano aumentó sus ataques en una desastrosa entrevista en la cadena ABC durante el fin de semana. En vez de reaccionar al clamor creciente de voces de los propios republicanos, Trump volvió a quejarse de los Khan el lunes, tanto en mítines como en redes sociales, y siguió insistiendo el martes en otra entrevista mientras poco menos que declaraba la guerra a varios compañeros de partido. Su respuesta ante las críticas en unas declaraciones que cualquier observador imparcial señalaría como un error político ha sido volver a la carga, una y otra vez.
A su insistencia en insultar a los padres de un militar muerto hay que sumar otras declaraciones absurdas
A esta quijotesca insistencia en insultar a los padres de un militar muerto hay que sumar una larga serie de declaraciones absurdas durante toda la semana. Trump ha demostrado su olímpico desconocimiento sobre la situación en Ucrania, advertido ante un posible pucherazo electoral en noviembre, creado una polémica absurda con mentiras innecesarias sobre los debates presidenciales de otoño y negado conocer a Vladimir Putin en persona tras pasarse todas las primarias hablando sobre su estrecha relación.
Esta no es una lista exhaustiva; Trump también echó a un bebé de un mitin, metió la pata espectacularmente hablando sobre acoso sexual y seguramente insultó a un par de grupos étnicos en algún momento, pero los periodistas ya no dan abasto. El colofón ha sido negar su apoyo en primarias a Paul Ryan, líder de los republicanos en la cámara de representantes, y al senador John McCain, como respuesta a sus críticas de estos días. Trump había tenido alguna semana gloriosa de salidas de tono durante las primarias, pero no a esta escala, ni con polémicas tan obviamente estúpidas, ni con un comportamiento tan errático.
Esta larga serie de errores se produce además justo cuando los medios de comunicación y la atención del electorado se centra por primera vez en la campaña presidencial. Las primarias las cubren de forma obsesiva las cadenas de noticias por cable (CNN, Fox, MSNBC), pero tienen audiencias relativamente limitadas. No es hasta las convenciones (con audiencias por encima de los 30 millones cada noche) cuando los votantes americanos empiezan a pensar realmente en las elecciones de noviembre. Trump lejos de mejorar como candidato parece haber escogido esta semana para dar un recital de sus peores defectos, ante la mirada horrorizada de su partido y su propio equipo de campaña. No hay pocos observadores que están preguntándose en voz alta si el hombre tiene problemas serios de salud mental.
Ahora los disparates sí le hacen daño, porque los votantes constatan que es alguien que no va a cambiar
Es por todo ello por lo que, a pesar de que el candidato del GOP ha sobrevivido semanas parecidas con anterioridad, esta vez parece que sus disparates sí le harán daño. No es tanto porque alguien haya aprendido o descubierto nada nuevo sobre Trump, un tipo que, insisto, lleva diciendo cosas parecidas desde hace un año, sino porque todo parece confirmar que el hombre no va a cambiar de aquí a las elecciones, y ahora sí que los votantes están empezando a prestar atención.
Esto no traerá consigo el hundimiento total y definitivo de Trump en las encuestas. La pura inercia partidista, la impopularidad de Hillary Clinton y el resentimiento contra las élites de amplios sectores del electorado seguramente le proporcionan un suelo electoral sólido, por encima del 40% del voto.
A efectos prácticos, Trump probablemente está a entre 5 y 7 puntos de Clinton en los sondeos, una distancia considerable pero no completamente insalvable de aquí a noviembre. Un par de debates presidenciales espantosos, un escándalo inesperado, una crisis (financiera o internacional) imprevista y varios errores no forzados de Clinton podrían colocar a Trump en posición de ganar las elecciones.
Los republicanos podrían haber ganado con facilidad de haber presentado a un candidato medio decente
Aun así, las polémicas de estos últimos días sugieren que si alguien va a cometer errores de aquí a noviembre lo más probable es que sea Trump. Las élites republicanas, ya escépticas, parecen haber perdido casi por completo la confianza en el candidato. No creo que muchos hagan caso a Obama y lo repudien abiertamente (es más, creo que Obama lo ha pedido públicamente para obligarles a cerrar filas), pero dudo que alguien vaya a salir en defensa de Trump cuando inevitablemente cometa otro error o insulte a otro grupo étnico más o menos al azar.
Los republicanos podrían haber ganado estas elecciones con relativa facilidad de haber presentado a un candidato medio decente. Trump va camino de perderlas, y además llevarse el buen nombre del partido por delante. Tiene mérito.
*** Roger Senserrich es licenciado en Ciencias Políticas y editor de 'Politikon'.