Sorprendente fue el resultado del plebiscito celebrado en Colombia el pasado 2 de octubre. Era presumible y hasta casi cantado, que iba a triunfar, aunque fuera por escaso margen-, el sí al “Acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera”.
La presunción se fundaba en causas diversas: desde la llamada ley de Panurgio -que muestra la mayor facilidad para dar una respuesta afirmativa que una negativa a cualquier pregunta- hasta la absoluta coincidencia de todas las encuestas publicadas en las tres últimas semanas; desde la multiplicación de convocatorias, actos y anuncios favorables a la propuesta de ratificación mediante una machacona reiteración del mensaje hasta la no poco relevante reducción del umbral de participación al 13% del censo electoral vigente como condición para la ratificación de la iniciativa plebiscitaria.
Pero el plebiscito colombiano pasará a la historia de las consultas populares por otras muchas razones. La primera, y no poco importante, por su extraordinaria organización por la Registraduría Nacional del Estado Civil, dirigida por Juan Carlos Galindo, quien, en menos de cinco semanas, hubo de disponer la ingente cantidad de medios materiales y humanos a movilizar para que tuviera lugar. La segunda, por su impecable desarrollo, de forma que fue una ejemplar consulta, limpia, transparente, objetiva; así lo ratificamos los componentes de las distintas Misiones de Observación.
En un plebiscito, unos contestan a la pregunta planteada pero no pocos aprovechan para emitir su protesta
En un plano diferente, se recordará también porque el plebiscito lo pierde quien lo convoca. El instrumento ideado para reforzar la autoridad en origen, el plebiscito, se convierte en derrota para su promotor y en triunfo para su oponente. Las caras de las personas más cercanas a la posición del presidente José Manuel Santos a la hora y media del cierre de las mesas cuando ya se había escrutado el 97% eran de incredulidad absoluta. Nos preguntaban a los observadores internacionales en Corferias (el centro de datos) qué creíamos que había pasado.
Desde luego no se había medido bien la capacidad del rival y de sus argumentos de peso contra un acuerdo que contenía disposiciones que podían ser cuando menos indigeribles para parte importante de la población. Tampoco que, a pesar de la drástica rebaja (del 50% al 13%) del umbral participativo, la participación electoral en Colombia salvo en las presidenciales es muy baja; de hecho sólo llegó al 37%. En no pocos países -por ejemplo en Suiza o Hungría, donde hubo referéndums sobre las cuotas comunitarias de la migración- no hubiera tenido validez).
En fin, desconocieron una razón primaria: en un llamamiento a la participación directa del pueblo para que se pronuncie sobre una cuestión concreta se produce la confluencia de pronunciamientos, de manera que unos lo hacen sobre la pregunta planteada pero no pocos aprovechan la convocatoria para pasar factura o para emitir su secreta protesta. Como inmediatamente demostró nuestro gurú de la Sociología electoral, ese grandísimo profesional que es Narciso Michavila, presente en el grupo de observación, el mapa del “no” coincide con el de los departamentos en los que Santos perdió en las presidenciales de 2014 frente a su rival, Iván Zuloaga, apoyado por el incombustible Uribe.
Esta vez no se cumplió la premisa propia del plebiscito de que el 'no' significa el caos, el abismo, el infierno...
Pero, sin género de dudas, y dejando al margen de nuestro análisis la concesión a los cuatro días del Nobel de la Paz al presidente Santos, el plebiscito pasará a los anales de la historia por el inmediato embridamiento de la derrota, a los puntos (por 50.000 votos), del “sí”. A las tres horas de concluido el "preconteo", que así se llama allí, los cabecillas de la guerrilla anunciaban el mantenimiento del alto el fuego y su voluntad de vigencia del acuerdo, aun cuando hubiera que corregirlo.
El mismo mensaje fue pronunciado solemnemente por Santos, que se comprometió, en mensaje televisado, a la convocatoria de las fuerzas políticas que habían defendido el “no” para oírlas y proceder a renegociar el acuerdo que, en los términos en que se había sometido, había sido rechazado.
Dicho de otro modo, el “no” no fue un absoluto metafísico, sino un “no... pero sí”. No se cumplió con la premisa propia del plebiscito de “el 'no' es el caos, el abismo, lo desconocido, el infierno”, sino que el “no” se transfiguró en una apertura de posibilidades, en un nuevo proceso en el que pueda trazarse el verdadero camino hacia la paz -también la espiritual- en términos tales que pueda ser asumida por todos los colombianos.
*** Enrique Arnaldo Alcubilla es catedrático de Derecho Constitucional en la Universidad Rey Juan Carlos.