SÍ. Decían los clásicos que hasta el último segundo de tu vida no puedes decir que has sido feliz. Puigdemont, el hombre que lo tuvo todo y ya es un muerto político perdido en su inconsciencia, está a punto de desaparecer del mapa. Del mapa no sólo de Cataluña, sino incluso de Bruselas, donde cualquier estrafalario, asesino etarra o perturbado ha sido, históricamente, bien recibido si en su credencial ponía antiespañol.
En el centro de Bruselas hay desde tiempos inmemoriales un muñequito famoso, el Manneken Pis, cuya traducción significa Hombrecito que orina. Sobre el pedestal figura una inscripción que dice: “El Señor me levantó sobre una roca y ahora elevo mi cabeza sobre mis enemigos”. El señor, en el caso de Puigdemont, es Artur Mas, el gran causante del estropicio en Cataluña, y los enemigos sobre los que se mea somos los españoles.
Pues si alguien no le detiene (no confundir con apresa) en su deriva dialéctica contra España, cualquier día Puigde-Pis toma el lugar del Manneken Pis y vestido sólo con una estelada hace lo propio, físicamente, sobre cualquier español que pase por allí. Sería el molto meón de la capital de Bruselas, una atracción digna de visitar, aunque sin acercarse demasiado.
En realidad, no es para tomárselo a broma: resulta verdaderamente triste contemplar cómo alguien que ha representado a una autonomía o un país, como quiera llamarse a Cataluña, tan importante históricamente acaba convertido en trasunto de José María Ruiz Mateos, cuando decía aquello de “Que te pego, coño”, con el Estado español en vez de Miguel Boyer. Menos mal que Puigdemont, en su discurso institucional tras declarar la república independiente, dijo que quería ser amigo de los españoles.
O Puigdemont vuelve pronto a España, y la cárcel le redime ante los ojos de todos, especialmente de los suyos, como le ha sucedido a Oriol Junqueras, o acabará mendigando una entrevista por Bruselas al amparo del Manneken Pis. Puigde-Pis o Puigde-It, el payaso de la novela de Stephen King: It, eso en inglés, al que acabas tomándote a risa de tanto miedo que da.
Pero lo que ha sucedido estos meses, mejor, estos años, en Cataluña no ha sido una broma. Ya que los nacionalistas catalanes son tan inclinados a recordar la Historia (el exvicepresident Junqueras es historiador, así como Xavier Domenèch, la flor de todos los besos de Pablo Iglesias en el Congreso), conviene recordarles que a mediados del siglo XVII, además del episodio de Els Segadors (el llamado Corpus de Sangre de Barcelona), España estuvo en peligro súbito de troceamiento.
En el último cuarto de aquel siglo la todavía mayor potencia del mundo era un reino de facto sin rey y un país sin gobernantes. A la espera de la muerte sin descendencia de Carlos II, el último de los Austrias, Inglaterra y Francia se repartían sobre un mapa el imperio español en ultramar, en Europa; incluso el mismo territorio de la península, con Cataluña y el norte de España siempre deseados por Francia.
Como no hay mal que por bien no venga, la llegada del primer rey Borbón a España, Felipe V, a principios de 1700 detuvo la sangría rupturista y eliminó los fueros de los catalanes. Cataluña se integró más aún en España, beneficiándose en lo económico del mercado interior, y Barcelona se convirtió en el principal puerto de España junto con Cádiz. Tres siglos después, algo parecido estamos viviendo, pero con una diferencia: que la independencia de Cataluña, más allá de las consecuencias económicas para esta zona y para el resto del territorio nacional, abriría una espiral nacionalista en toda Europa difícil de detener. Con Europa, pues, hemos dado, Puigdemont.
La Historia no es un juego, aunque Forcadell y la mesa del Parlament se hayan librado de la cárcel arguyendo que todo fue una broma. Una especie de susto o muerte. Qué prefieres, España. Una cínica declaración que a todos ha venido bien creer, empezando por Mariano Rajoy. Con los 8 presos de la Audiencia Nacional era suficiente.
Pues si Junqueras y sus compañeros del ‘Govern’ no hubieran sido ‘lamelados’ por la juez Lamela y los miembros del ministerio fiscal, precedidos por los Jordis, Forcadell no habría descubierto el pasado jueves, 9 de noviembre, súbitamente que el artículo 155 de la Constitución está vigente en Cataluña y que nunca jamás declararía la independencia de Cataluña por la vía unilateral.
Más pronto que tarde, en unas pocas semanas, Oriol Junqueras y compañía acabarán saliendo de la cárcel para, en lo posible, tener una campaña electoral tranquila y que, ahora sí, los catalanes puedan ir a votar el 21 de diciembre en urnas de verdad, no de los chinos. El guión ya está escrito: ERC será el partido más votado, Ciudadanos será la segunda fuerza... Y, al final, habrá un gobierno tripartito, en el que participará el PSC de Iceta. El otro tripartito hipotético, PSC-Ciudadanos-PP, es una quimera. Porque, ya se sabe, el enemigo de un español es otro español, como dijo Manuel Azaña en su famoso discurso “Paz, Piedad, Perdón”, pronunciado en Barcelona, en una España devorándose entre nacionales y republicanos. Dijo más, también vigente: “A pesar todo lo que se hace por destruirla, España subsiste”.
Le vendría muy bien a Cataluña una pasada por el constitucionalismo de un tripartito constitucional instalado en el Palau de la Generalitat. Pero no para humillar, sino para regenerar, para normalizar, y para, a la vez, hacer un cambio de la Constitución que acomode a todos.
El guión está escrito, pero el final es incierto. Como la vida misma. Pase lo que pase, esta de Cataluña es una historia de perdedores, incluido Mariano Rajoy. Habrá que estar atentos a la pantalla porque, cuando se serene Cataluña, seguramente con Junqueras de president, podría acabar saliendo un papel perdido y definitivo sobre la contabilidad ‘bb’ del 'pp', que invierta las siglas del partido y del mismo líder. Génova tendrá que buscar un nuevo candidato para unas elecciones legislativas, con síntomas de constituyentes. Los hados dirán si se celebran en 2018.
Habrá que esperar al 22 de diciembre para saber a quién le ha caído el Gordo: el de las elecciones catalanas y el del sorteo de Navidad. Donde están inquietos ante la incertidumbre es en el Palacio de la Zarzuela. No porque una parte de España vaya a ser republicana, que esa herida parece cauterizada, sino porque el rey no sabrá hasta 48 horas antes de su discurso navideño qué ha pasado en Cataluña y, por tanto, en España.
Ante la duda, ahí está Benito Pérez Galdós. Dice un personaje de su Fortunata y Jacinta: “Así somos y así creo que seremos hasta que se afeiten las ranas”. Los españoles, empezando por los catalanes.