1. Joaquim Xicoy (UDC, 1988-1995)
La presidencia del Parlamento catalán durante la tercera y la cuarta legislatura tras la restauración de la democracia recayó en un histórico del partido nacionalista democristiano UDC. Joaquim Xicoy fue, además, el primero de los presidentes de la cámara en ostentar el cargo durante dos legislaturas consecutivas y, junto con Ernest Benach, el que más años permaneció en él.
Xicoy fue una figura discreta que recibió las alabanzas de todos los partidos de la cámara catalana tras su muerte en 2006. Pasqual Maragall, presidente de la Generalitat por aquel entonces, alabó su trabajo en defensa del derecho civil catalán y Jordi Pujol recordó sus discretas reticencias a ocupar la presidencia del Parlament (algo que sólo puede ser considerado como una señal de inteligencia).
Josep Antoni Duran i Lleida, por su parte, insistió en que tras una apariencia fría se ocultaba una persona cercana, tanto desde el punto de vista humano como el político. Pocos le creyeron, pero eso es en realidad lo de menos porque a la política nadie viene a hacer amigos. De Xicoy pocos se acuerdan ya en Cataluña y esa es la mejor alabanza que puede hacerse a su labor.
2. Miquel Coll i Alentorn (UDC, 1984-1988)
Durante la segunda legislatura del Parlamento catalán, la presidencia recayó en Miquel Coll i Alentorn, otro de los referentes históricos de UDC. A sus 80 años, Miquel Coll tuvo la elegancia de pasar completamente desapercibido, que es lo mínimo que puede pedírsele al presidente de un Parlamento.
Con todo a su favor, el socialista Reventós fue derrotado por Jordi Pujol en las primeras elecciones autonómicas catalanas. Años después fue compensado con la presidencia del Parlamento
En 2016, dieciséis años después de la muerte de Miquel Coll, Unió se desvinculó del Instituto de Estudios Miquel Coll i Alentorn, el think tank oficioso del partido al que el expresidente del Parlamento daba nombre, para preservarlo del concurso de acreedores provocado por la enorme deuda de la formación y de la pérdida de representación parlamentaria tras su desvinculación de Convergència.
Ese fue el último homenaje de UDC a uno de sus más destacados miembros. Un detalle poco habitual en la Cataluña nacionalista, donde lo frecuente es más bien el descargo de responsabilidades en cabeza ajena (véase la del exconsejero de Interior Joaquim Forn sobre Josep Lluís Trapero) antes que el gesto de gallardía torera.
3. Joan Reventós (PSC, 1995-1999)
Joan Reventós fue el candidato socialista a la presidencia de la Generalidad en las primeras elecciones autonómicas catalanas, las de 1980. Con todo a favor, y con España entera subida a lomos de un ola socialista que en pocos años se convertiría en un tsunami, Reventós perdió los comicios frente a un Jordi Pujol que ya tenía en la cabeza el diseño del régimen que habría de gobernar Cataluña durante los 38 años siguientes.
Según Tarradellas, el día de las elecciones de 1980 había en Cataluña dos personas con dificultades para dormir: Pujol, que temía perder, y Reventós, que temía ganar. Según el periodista Arcadi Espada, Reventós perdió por su incapacidad, que era también la de su partido, de articular un discurso al margen del nacionalismo catalán. El tiempo sólo ha hecho que confirmar ambos diagnósticos.
Reventós, un niño bien de la zona alta de Barcelona, fue un nacionalista catalán de la cabeza a los pies que consideraba a Cataluña "su país" y a los catalanes (nacionalistas) "su pueblo". En este sentido, Reventós fue en 1995 la elección obvia y lampedusiana de la casta nacionalista para que algo cambiara en Cataluña con el objetivo de que todo siguiera exactamente igual que siempre. Reventós cumplió su papel a la perfección: entre 1995 y 1999 no se movió una sola hoja en la charca catalana.
4. Joan Rigol (UDC, 1999-2003)
Joan Rigol es un moderado arquetípico del nacionalismo catalán. Es decir uno de esos extremistas que creen que los golpes de Estado catalanes contra la democracia (el verdadero hecho diferencial de la región) deberían poder negociarse con el Gobierno central con el objetivo de que este mire hacia otro lado cuando se aplasten los derechos del 50% de los ciudadanos catalanes que no comparten los objetivos del nacionalismo.
Todos los asuntos que han caído en manos de Joan Rigol, ya fuera el llamado Pacto Cultural o la independencia de Cataluña, han acabado en un estrepitoso fracaso
La primera gran obra de la vida de Rigol, el llamado Pacto Cultural, acabó en un sonoro fracaso y jamás se puso en marcha. La segunda, la independencia de Cataluña, ha acabado en un sonoro fracaso y jamás se ha puesto en marcha. En este sentido, Rigol se ha demostrado peor que la peor comisión de estudio parlamentaria: todos los temas que han caído en sus manos han acabado en un pozo del que no han vuelto a asomar jamás con vida.
Presidente del Parlamento entre 1999 y 2003, Rigol fue escogido por Artur Mas en 2013 para liderar el Pacto Nacional por el Derecho a Decidir, del que forman parte cientos de entidades "civiles" catalanas subvencionadas hasta las trancas y cuyo objetivo no es por supuesto ese fantasmal derecho a decidir sino la independencia unilateral de Cataluña. Ahí sigue.
5. Núria de Gispert (UDC, 2010-2015)
Cuando Núria de Gispert mandó a Inés Arrimadas de vuelta a Cádiz, muchos en Madrid se sorprendieron de que toda una expresidenta de un Parlamento regional cayera en lo que a todas luces es una muestra de forofismo xenófobo más propio de un cabeza rapada de dieciocho años que de la segunda autoridad autonómica después del presidente de la Generalidad. Que Dios les conserve la inocencia.
En realidad, Núria de Gispert es un caso similar al de Heribert Barrera (al que encontrarán también en esta lista). Mientras la mitad de la población catalana ha callado y bajado la testuz frente al acoso, la intimidación y la segregación nacionalista, el catalanismo ha mostrado un perfil aparentemente institucional. En cuanto una pequeña parte de esa población ha plantado cara en las calles y en los medios de comunicación, el nacionalismo ha mostrado su verdadera cara: la de Núria de Gispert.
Gracias a sus ya habituales arrebatos supremacistas, Núria de Gispert no será recordada como la primera mujer en ocupar la presidencia del Parlamento catalán desde la restauración de la democracia sino como una exaltada nacionalista que ocupó durante cuatro años de su vida un cargo en el que sólo trabajó para la mitad de los catalanes mientras ignoraba a la otra mitad.
6. Heribert Barrera (ERC, 1980-1984)
Un mérito hay que reconocerle al nacionalismo catalán: sólo ha engañado a los que querían ser engañados. Porque el primer presidente del Parlamento catalán tras la restauración de la democracia, un cargo que en cualquier sociedad civilizada debería haber caído en las manos de un histórico de consenso, fue a parar a las de un conocido ultraderechista de ERC cuyas ideas, extremas incluso en el contexto de una época menos sensible que la actual, tuvieron al menos la virtud de desnudar el corpus ideológico del nacionalismo y anunciar lo que estaba por caer.
La coincidencia ideológica entre la ERC de Heribert Barrera y la ultraderecha de Plataforma x Catalunya sólo puede sorprender a quien no conozca de cerca el nacionalismo catalán
"Los negros tienen un cociente intelectual inferior al de los blancos". "Antes hay que salvar a Cataluña que a la democracia". "El bilingüismo implica la desaparición de Cataluña como nación". A Barrera, como a Jordi Pujol, se le entendió todo durante toda su vida.
A su muerte, Josep Anglada, líder del partido ultraderechista y xenófobo Plataforma x Catalunya, le rindió un sentido homenaje. "Heribert tenía razón" dijeron él y sus seguidores. Sólo a alguien que no conozca el nacionalismo catalán puede sorprenderle la por otro lado muy previsible coincidencia ideológica entre el fascismo y ERC, un partido que cuenta con tres golpes de Estado (todos ellos contra Gobiernos democráticos), una guerra civil y 8.000 asesinados por Companys en su currículum.
7. Ernest Benach (ERC, 2003-2010)
Con Ernest Benach, calificado por el periodista Santiago González como "un Mister Chance de Esquerra", empezó el acelerado descenso a los infiernos intelectuales de la presidencia del Parlamento catalán. Benach, funcionario desde 1979, exjardinero, fundador de una peña castellera, colaborador de El Mundo Deportivo y a cuya labor no se le conoce a día de hoy ningún halago entre una clase política nacionalista tampoco precisamente sobrada de talento, se gastó 20.000 euros en instalar un escritorio de madera a medida, una televisión y un reposapiés en su coche oficial de 110.000 euros. O lo pretendió antes de que el escándalo organizado le obligara a dar marcha atrás.
Y esa fue sólo la primera de sus extravagancias, generalmente más propias de los personajes más rocambolescos de las películas del serbio Emir Kusturica que del presidente del Parlamento de un Gobierno regional europeo. Explica Arcadi Espada cómo durante una comida de Benach con un grupo de importantes empresarios, el presidente del Parlamento sacó su móvil y se arrancó a jugar a marcianitos ante el lógico estupor de los allí presentes.
Cuando el nacionalismo presume de su alejamiento de la escasamente sofisticada cultura política española hay que recordarles que el político más exquisitamente zapateriano del zapaterismo no fue Leire Pajín o Bibiana Aído sino un catalán de la ERC del tripartito llamado Ernest Benach, ese millennial avant la lettre.
8. Carme Forcadell (ERC, desde 2015)
Carme Forcadell ha tenido el honor de llevar la dignidad del cargo de presidenta del Parlamento catalán hasta sus cotas más bajas en 38 años de democracia. Es decir hasta las del golpe de Estado ejecutado los pasados 6 y 7 de septiembre durante la tramitación de las llamadas Leyes de Ruptura por un procedimiento de urgencia que, en la práctica, supuso negarle voz y voto a la oposición y violar no solo la Constitución, sino también el propio Estatuto de Autonomía catalán.
Imputada por malversación, sedición y rebelión (estos dos últimos, las figuras jurídicas con las que en el Código Penal español se castigan los golpes de Estado), Carme Forcadell ha renunciado a seguir ocupando la presidencia del Parlamento a partir del próximo 17 de enero. Obviamente, con el objetivo de no empeorar su ya de por sí difícil futuro judicial.
Se rumorea que bastó una sola noche en prisión para que Carme Forcadell entendiera por fin, tras varios años abogando por el unilateralismo, que un golpe de Estado en una democracia europea no es precisamente una broma. Es probable que Carme Forcadell no haya sido la más maquiavélica de los independentistas sino sólo ambiciosa por encima de sus capacidades. Es también probable que su radicalismo haya sido propulsado por la convicción de que las aguas no llegarían jamás hasta su cuello.
Resulta dudoso creer, sin embargo, que nadie en su entorno le haya advertido jamás de que el suyo era un papel clave en la estrategia nacionalista de ruptura de la legalidad y el que abriría la puerta a todos los desmanes circenses, pero con gravísimas consecuencias penales, que se han derivado de ella. Debería haber hecho caso. Ahora ya es tarde para ella.