Recordarán la escena: Torrente ante un cerdo agridulce. “Chinita, ven aquí”. La película se estrenó en 1998, cuando apenas había inmigración china en España. Hoy son 200.000, la cuarta minoría tras marroquíes, rumanos y británicos. Santiago Segura quiso mofarse del español racista, pero muchos blancos adoptaron el diminutivo y lo usan con naturalidad. Nunca decimos “inglesito” o “alemanito”, quizás porque no nos sentimos superiores a ellos. Pero sí “chinito” (también “negrito”, incluso “morito”). Una manera de hacer de menos o infantilizar. Puede parecer inocuo, pero no es insólito que al “chinita” le sigan obscenidades. El estereotipo de la mujer asiática sumisa fomenta el acoso callejero. Es una de las manifestaciones de la sinofobia (racismo hacia los chinos). Hay otras como la burla y la desconfianza.
La televisión ofrece muestras de la condescendencia burlona con que los tratamos. Hace unos años, la serie Aída mostró en escena un cartel de bar que prohibía la entrada a perros. A mano, se había añadido: “Y chinos tampoco” (de fondo sonaban risas enlatadas). El chiste racista causó revuelo hasta en China. No obstante, apenas se comentó la caracterización ridícula del inmigrante chino. Todo el episodio giraba en torno a Wang, un personaje-caricatura cuyo bar amenazaba con arruinar los locales del barrio. El tipo se presentaba así: “Yo quelel montal un bal […] Chinos copial bien”. Imaginen el resto…
¿Tan difícil es respetar a los otros? Por lo visto, si son chinos, sí. Reírse de ellos constituye una forma de racismo socialmente aceptada. Escuchen los monólogos de Andreu Buenafuente o Dani Rovira al respecto. Los chistes más celebrados se refieren a la pronunciación de la erre y a la forma de sus ojos. Por no entrar en cómo se dirigen Pablo Motos y sus invitados a Yibing, colaboradora de El Hormiguero. Música orientalista cutre y tópicos a mansalva para concluir: “¡Cuánto aprendemos sobre China!”.
En materia racial, lo saludable sería la autocrítica, es decir, reírnos de nuestra ignorancia eurocéntrica
Lo cierto es que aprendemos poco. ¿Hemos leído a Confucio? ¿Sabemos quién fue Tang Xianzu? ¿Conocemos a algún artista chino que no sea Ai Weiwei? ¿Podemos pronunciar los cuatro tonos del mandarín? ¿Ubicaríamos Fujian en un mapa? Seguramente, Buenafuente, Rovira y Motos tampoco. En materia racial, lo saludable sería la autocrítica, no burlarse de la minoría. Es decir, reírnos de nuestra ignorancia eurocéntrica. En este sentido, las diferencias entre las estrellas televisivas anglosajonas y españolas son flagrantes. Figuras como John Oliver, Stephen Colbert y Trevor Noah no cuentan chistes racistas, sino chistes sobre el racismo.
Por el contrario, los humoristas españoles parecen anclados en Humor amarillo. ¿Recuerdan el programa? Triunfó en los noventa con un doblaje que inventaba personajes (el chino Cudeiro) y escenarios (el laberinto del Chinotauro) para la mofa. En el extranjero, el show –que, de hecho, es japonés– se conoce como Takeshi’s Castle [El castillo de Takeshi]. Solo en España se le dio semejante nombre, que evoca el racismo (pseudo)científico del siglo XIX. Es como si hubiéramos llamado Humor negroide al Príncipe de Bel-Air. Llevamos décadas de pitorreo sinófobo. Interiorizada esta actitud, muchos españoles obran en consecuencia.
Cuando Quan Zhou Wu presentó en M80 Radio su cómic Gazpacho agridulce: una autobiografía chino-andaluza (2015), Juan Luis Cano no le hizo ni una pregunta sobre racismo. Y eso que esta dibujante publica viñetas al respecto. Aunque el locutor mostró simpatía por su invitada, adornó la entrevista con lindezas como: “Tienes una cara china que te cagas” | “¿Por qué dicen que no se mueren los chinos nunca?” | “¿Has estado ya en China? Son todos muy parecidos a ti”. No está mal para seis minutos de conversación. Quedaron en el tintero el arroz y el Kung-fu. O disfrazarse de oso panda. Y luego rasgarse los ojos para rematar.
Las naciones occidentales han sido más expansionistas que China; basta con ver las fronteras de África
En las Olimpiadas de Pekín (2008), la selección española de baloncesto fue retratada haciendo esta mueca. Ante la indignación extranjera, El País publicó una columna exculpatoria. A su juicio, el gesto no era “ni racista ni ofensivo”. Una década después, la línea de este periódico no ha avanzado. No dudo de la buena fe de nuestra selección, pero deberíamos abandonar ciertos comportamientos. La mueca es racista porque (1) implica que los ojos rasgados son una deformación de los ojos “normales”; (2) suele servir de burla y así se percibe; y (3) dirigida a españoles chinos, sugiere que no pertenecen a España por no tener nuestro aspecto (blanco).
Paradójicamente, el cachondeo va acompañado de desconfianza. Salvados dedicó un programa a los chinos en España. Si bien no muestra malas intenciones, solo logra confirmar estereotipos y prejuicios. Por un lado, el mito de la minoría que trabaja de forma sobrehumana y no descansa (Évole: “¿No paran para comer? ¿Vosotros tenéis sindicatos?”). El Follonero concluye: “No tenemos nada que hacer contra vosotros”, como si los españoles chinos no fueran compatriotas sino eternos extranjeros con quienes debemos competir. Por otro lado, el tópico sinófobo de la invasión silenciosa (Évole: “Cada vez hay más chinos”; Carlos Navarro: “Esto está plagao. Con un pasaporte pasan diez”). El Yoyas reformula su ocurrencia: “Viven en su mundo y de ahí no quieren salir. En el momento que salgan será para apoderarse del mundo”. Ahí Évole lo frena, pero calumnia, que algo queda. En un acto público reciente, escuché a un rector proyectar este temor a una invasión china de Occidente. Solo le faltó añadir que la dirigiría Fu Manchú.
Es célebre el aforismo atribuido a Napoleón: “Cuando China despierte, el mundo temblará”. Sin embargo, el siglo XIX comenzó temblando por las guerras napoleónicas. Históricamente, las naciones occidentales han sido más expansionistas que China. No hay más que ver las fronteras de los países africanos, trazadas por las metrópolis europeas. Por no hablar de los indígenas diezmados y negros esclavizados en América.
Parece mentira hasta qué punto razonamos en base a lugares comunes dada nuestra ignorancia sobre Asia
Asia tampoco ha estado exenta de barbarie, pero China nunca tuvo colonias de ultramar. Obviando el Tíbet, sus confines han cambiado poco en siglos recientes. Ante la China de hoy y los desafueros –también territoriales– de su gobierno, el recelo anticomunista es legítimo. Por el contrario, el tópico racista decimonónico del peligro amarillo no lo es. Y menos aplicado a chinos residentes en España.
En fin, cuesta cambiar mentalidades. Cuando se critica la pereza, siempre se piensa en alguien arrellanado en un sofá. Sin embargo, nada hay tan perezoso como la mente. Parece mentira hasta qué punto razonamos en base a lugares comunes, dada nuestra ignorancia sobre Asia en general y China en particular. Por eso hay gente que sin ser conscientemente racista tiene comportamientos inapropiados. Causan daños por desinformación y, por tanto, por negligencia; no por malicia. Pero causan daños.
Llevamos siglos preguntándonos cuándo despertará China. No obstante, somos nosotros quienes debemos despertar del sofá moral e intelectual.
*** Luis Castellví Laukamp es doctor en literatura española por la Universidad de Cambridge, donde actualmente trabaja como investigador postdoctoral.